Revistar los lugares es un trabajo que la memoria te agradece. Algunos detalles que habías olvidado estos florecen en la revisita. Es como ir con una cámara que amplifica esos pliegues dejados de lado. Por ejemplo, mi visita a las sinagogas de Toledo. No sé, me reconforta como caminante, el espíritu se siente en paz y dejas las guerras por unos momentos. Las admiré mejor en las visitas con mis viejitos, dejé que el paso y el eco del tiempo se asomaran a mis oídos. La misma ciudad de Toledo y sus calles. En estas fatigas he podido distinguir la diferencia entre los viajeros y los turistas, el turista cual obseso de la foto quiere tener todo en su cámara y persigue como un poseso los souvenir de los lugares por donde pasa. En cambio el caminante se detiene en los territorios donde pisa, mira la tierra de los zapatos. Admira el paisanaje ajeno al mortificante clic o de la foto del momento. Va a su aire, en otro tiempo y con otras sensaciones, es un alivio infinito pisar la plaza de Obradoiro y admirar la catedral, y, seguidamente, abrazar al santo en Santiago de Compostela, son emociones muy personales que una banal foto no puede transmitir. O estar en la Torre de Hércules y mirar al Océano Atlántico es una sensación que las palabras no pueden capturar quizás se pueda dar testimonio con la palabra o la imagen pero siempre quedará corta. Por ejemplo, en mi paso por la isla de Gorée en Dakar me daba cuenta que la esclavitud y el capitalismo periférico unía la explotación de los recursos naturales en la floresta, me daba una idea de lo residual dentro de este sistema injusto. Los viajes siempre nos curten así sea a unos diez metros de tu casa. Si pueden lectores o lectoras den ese paso.

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