Por: Gerald  Rodríguez. N

 Qué bien se siente uno cuando termina de leer un buen libro, y lo mejor es sentir que el libro es perfecto, que no le sobra ni le falta nada, que todo comparte un mismo sistema lógico artístico, que todo es una sola unidad arquitectónica literaria. Pero cuántas veces uno se pregunta, ¿cómo es que el escritor ha llegado hasta ese placer que nos ofrece en sus libros? Para nadie ha sido fácil concebir una obra magnífica con una sola escritura, la mayoría de libros han pasado por una exhaustiva corrección, (trauma de locura dirían algunos) hasta el extremo de corregir en las tantas ediciones que se siguieron publicándose, libros como Cien años de soledad, a manera de ejemplo.

Meses antes de terminar Cien años de soledad, Gabriel García Márquez arrastraba serias dudas sobre la calidad de una novela que acabaría convertida en un clásico de la literatura, y es que Gabo confeso alguna vez, “tuve la desmoralizante impresión de estar metido en una aventura que lo mismo podía ser afortunada que catastrófica” y lo dijo después de haber publicado siete capítulos de Cien años de soledad antes de todo el libro, con aproximadamente 42 cambios en estos primero siete capítulos, capítulos publicados en revistas y periódicos de difusión europea y americana. Por lo visto, Gabo sabía que no había fórmula para crear un clásico, y recordaría siempre lo que una vez dijo Faulkner: “El escritor joven que siga una teoría es un tonto. Uno tiene que enseñarse por medio de sus propios errores; la gente sólo aprende a través del error. El buen artista cree que nadie sabe lo bastante para darle consejos…” Al igual que Gabo, otro brillante escritor que padece de estas dudas al momento de escribir es el mismo Mario Vargas Llosa, ya que sabiendo que su sistema de escritura es por empezar a escribir a mano toda la novela en más de mil páginas, lo que él llama “Magma”, la novela termina resumiéndose a la cuarta parte de ella, producto de su constante corrección, y leyendo en voz alta. Y con la misma técnica de corregir leyendo en voz alta, lo tenía como costumbre el escritor francés Gustave Flaubert, que además de pasarse el día corrigiendo sus libros en voz alta, acostumbraba también por corregir en cama, junto a un cúmulo de libros y diccionarios con quien compartía su sueños, al igual que Juan Carlos Onetti, que también escribía y corregía todo el día en su cama.

Alguna vez Juan Rulfo aconsejó a los jóvenes que no se dedicaran a la literatura “porque es un oficio tormentoso”, y si ha Rulfo el escribir Pedro Páramo le sacó, no solo fantasmas, sino otros demonios, la corrección siempre le parecía algo que nunca le dejaba de faltar a su libro, que al ver a una edición nueva, él decía que encontraba nuevos errores en su novela. Para un escritor como Rulfo, Gabo, Mario, Borges, etc., la literatura se resume en precisión, belleza, pureza, nada de reflexión, solo arte, contemplación, que para llegar a eso punto, nos pareciera que al momento de escribir, estuvieron en un estado puro y contemplativo, como para escribir inmensas cosas bellas, y no tuvieron que pasar por las peores torturas durante la escritura y corrección, y más peor aún, tener que trabajar en diez partes como Mario Vargas Llosa, trabajar en el día como albañil y en la madrugada escribir como Faulkner, esperar una paga de muchos meses en silencio como Gabo, mientras un amigo escritor le invitaba a pasar a su oficina como Rulfo, torturado igual, por la búsqueda de esa cosa que algunos llaman belleza literaria.