Por: Gerald Rodríguez. N

La generación humana de los videojuegos y del chat, del coito virtual y el amor por internet; la generación conectada a un muro de encuentro donde suma su pesar y otras veces su estupidez, aquella generación oculta en un sistema de cibernético hasta confundir su alma con los cables y el teclado, declaró su sentencia en contra a una actividad completamente humana y decisiva en el movimiento del destino humano como es la política. Los reflejos de las generaciones “X”, “G” y “Mieleniam” aparecieron siempre sumiso al caos y a la huida, al sexo libre y a la estupidez para esconderse de las responsabilidades que le tocó asumir en un momento tan decisivo como la caída de un régimen dictatorial del fujimorismo. Estas generaciones que aparecieron desde los inicios de los 90, y hoy con esta última llamada mileniam, han reflejado algo en común: son reacios a la política. Y es solo un solos pequeño grupo minúsculo de juventud involucrado en ella, porque al resto simplemente no les interesa por el hondo resentimiento que heredaron desde las casas, por medios de los padres, al sentirse estos decepcionados de la política como actividad humanizadora y de administración y distribución justa de los recursos. De hecho estas generaciones crecieron escuchando siempre las lamentaciones de los padres hacia el poder como sinónimo de corrupción, y que estos conceptos relacionados con el palpo de la realidad convirtieron en sus pensar el concepto particular y real de la política: esa cosa horrible.

En el Perú y en todas las regiones del país, los ciudadanos nada esperan, o mejor dicho, nisiquieran esperan, ni tan solo el cambio. El Perú es triste y son tristes las voces juveniles que callan frente a un acto injusto, porque son generación de un país que fueron dopados por la virtualidad y fueron acostumbrados a la mendicidad, todo esto resumiendo a que estas generaciones no solo renunciaron al voz de protesta como signo de inconformidad, también renunciaron a sus dignidad, la echaron al caos que causa el juego y el mundo virtual, un caos en plena razón de la existencia. El sistema y el Estado quiere acostumbrar a las juventudes a mendigar y a permanecer en el mundo fantasma de las redes sociales y el videojuego, y con eso seguir siendo el Estado que no cumple con sus funciones, dejando esa tarea a las empresas privadas, empresas que han ido apoyando en el descenso de la desocupación por supuesto, seleccionando a los mejores, los que vieron el funcionalismos estúpido de la virtualidad y el videojuego nada más que un relajo de tiempo corto.

Las juventudes de la actualidad no se rebelan ante la corrupción ni proponen alternativas intelectuales. No se rebelan y ni siquiera piden, simplemente esperan con paciencia ejemplar que allá afuera, lejos del mundo virtual, todo vaya bien, mientras ellos sigan mudos, pobres, con hambre, sin trabajo, sin protección, siempre y cuando estén viviendo dentro de aquel mundo al que lo llaman redes sociales, y donde se siente muy bien, lejos de aquella cosa horrible como la política.