En los habituales lugares de chisme y raje de nuestra ciudad, hasta ahora se comenta la frustrada celebración papista. Un ciudadano de esos que nunca faltan,   se quejó amargamente y en público porque en Iquitos no se festejó el importante Día de la Papa, episodio que se conmemoró a nivel nacional. Así que, para reparar semejante olvido, se procedió a nombrar una comisión de nivel encargada de agasajar al tubérculo que tantos servicios alimenticios prestó a la hambrienta humanidad de entonces y de todavía.

Todo quedó listo para honrar a la papa y sus muchos derivados, lo que significaba que ya había el presupuesto designado, el feriado largo, el lugar del tamboreo, el sitio de las heladas y el comedor para un atracón con platos preparados a base del antiguo tubérculo que hasta Shakespeare alabó. Era otra vez el gasto y el dispendio, la celebración de una fiesta ajena. Uno de esos individuos que nunca faltan, levantó su voz de protesta porque en nuestro medio no se producía la papa y, por lo tanto, no se podía gastar ni un centavo en parrandas celebratorias. Todo el mundo le dio la razón, pero la fiesta del tubérculo no pudo detenerse.

Durante días y semanas se celebró la importante producción ajena, los inventos ajenos, la ganancia ajena. La papa andina, peruana, recibió además ramos de flores, presentes, regalos simbólicos y no faltó el broche de oro final, el cierre de antología. Sucedió cuando una de esas autoridades ediles que nunca faltan, decidió construir la Plaza de la Papa en el lugar más visible de la ciudad. La obra ya tiene su primera piedra. Lo que no se sabe es el día elegido para el comienzo de una de las obras más notables de todos los tiempos en la región de los verdes campos y camposantos.