En torno a “Cinco esquinas”

Gorro

Luego de la presentación de la nueva obra de Mario Vargas Llosa en Madrid y la posterior venta de libros en todas partes del mundo se han escrito una serie de críticas sobre la misma. El viernes pasado Percy Vílchez Vela publicó una crónica donde señala que “Cinco esquinas” no es la reafirmación de la capacidad creadora del Nobel, ni en personajes ni en escenarios. Ahora publicamos un resumen de lo que fue la conversación del galardonado escritor el día que mostró en público su obra donde explica las razones de su última creación literaria.

Con la memoria pasa algo interesante: tienes tal acumulación de recuerdos y experiencias, sobre todo si has vivido una larga vida, que llega un momento en que se vuelve extraordinariamente selectiva. Hay cosas fundamentales que están muy vivas, como si fueran recientes, aunque tengan ya años. No me sé de memoria mis teléfonos, pero te puedo recitar de memoria poemas que aprendí cuando era chico.

Tuvimos una pequeña discusión, porque me dijo: «Quiero que Isabel [Preysler] me ponga en contacto con ¡Hola!«. Le dije: «No. No vas a utilizar mi relación con Isabel para lanzar Cinco esquinas. Te lo prohíbo». Y me dijo: «Mira, tú dedicate a escribir, que es lo que sabes, y déjame hacer mi oficio, que de eso no sabes nada».

TEXTO

«¿Había despertado o seguía soñando? Aquel calorcito en su empeine derecho estaba siempre allí, una sensación insólita que le erizaba todo el cuerpo y le revelaba que no estaba sola en esa cama».

Así arranca la última novela del Nobel Mario Vargas Llosa en la que regresa al Perú de los años 90, a una Lima bajo el toque de queda, en los últimos coletazos de la presidencia de Fujimori y su siniestro Jefe de Inteligencia: Vladimiro Montesinos. Apodado El Doctor, es uno de los personajes de esta historia casi policiaca, en la que el chantaje, el escándalo y el periodismo amarillo se entremezclan con escenas de alto voltaje erótico. Como el primer capítulo de Cinco esquinas, en el que dos bellas mujeres de la alta clase limeña, Chabela y Marisa, acaban enredadas bajo las sábanas…

La actriz Aitana Sánchez Gijón, buena amiga del escritor y compañera de múltiples aventuras teatrales junto a él, lee esas páginas ardientes ante un abarrotado Salón de Columnas en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Una obra nueva de Vargas Llosa siempre despierta expectación; ahora desorbitada por la relación sentimental que mantiene con Isabel Preysler.

Qué arranque tan espectacular tiene tu nueva novela…

Tiene que ver con una idea, no sé si confirmada por la realidad: que una situación tan absolutamente anómala como la que está viviendo esa ciudad, con dos movimientos que han declarado la guerra al Estado, que secuestran y ponen bombas, con las operaciones del Gobierno contra ellos, incluidos unos comandos que no son ni del Ejército ni de la policía, que también producen atrocidades, con un toque de queda muy estricto… Toda esa situación de inseguridad, de incertidumbre, de claustrofobia resulta, para muchas personas, un gran incentivo sexual. Es como si el sexo se convirtiera en una tabla de salvación, en una manera de ofuscarse u olvidarse de esa realidad hostil, o quizá la búsqueda de un placer un poco perverso, por esas circunstancias de violencia y caos que viven las gentes.

Me han contado que sueles escribir cuando ya tienes claro el título del libro, porque eso te ayuda a encauzar.

Pero no fue el caso de esta novela. El título es como una síntesis, una especie de embrión. Pero en este caso estuve dándole muchas vueltas mientras ya la llevaba muy avanzada, hasta que de pronto se me ocurrió ese título, un barrio de Lima, Cinco esquinas, que tiene cierto simbolismo porque, en la época colonial y durante 300 años, fue el centro de la vida, con las mejores iglesias y conventos de Lima. Luego se empobreció muchísimo; pero a comienzos del siglo XX tuvo una resurrección en relación con la música criolla; fue un barrio de compositores, de grupos, de guitarristas, de cajoneadores… Aunque no era un barrio importante, sí era un lugar de gran vitalidad. Luego fue decayendo, y ahora es un barrio muy peligroso por el narcotráfico. Me pareció que representaba de manera simbólica la historia del Perú.

¿Cómo surge el chispazo de esta historia?

La idea inicial está relacionada con una característica bastante propia de la dictadura de Fujimori: la utilización que hizo el régimen del periodismo amarillo para intimidar y castigar a sus opositores y críticos, hundiéndolos en escandalosas e inventadas acusaciones de depravados sexuales, pedófilos, embaucadores, traficantes… Esto lo hizo el hombre fuerte de Fujimori, Montesinos, un personaje que tienen todas las dictaduras: detrás del déspota, hay una figura que se ocupa de la seguridad, que se llena las manos de sangre. Una persona que ha descubierto su talento para ejercer el mal. Montesinos financiaba a la prensa amarilla y, en muchos casos, hasta ponía los titulares, se jactaba de ser un gran titulero.

Fue una operación que tú también padeciste cuando fuiste candidato frente a Fujimori: utilizaron algunos de tus libros como ejemplo de que eras un pervertido…

Cuando empecé a criticar a Fujimori también fui bañado en mugre. Una vez vi un programa de televisión que avisaba a las señoras que alejaran a sus hijos porque iban a escuchar cosas terribles. Y leyeron párrafos de un libro mío, Elogio de la madrastra, para establecer el grado de depravación de la mente que había escrito ese libro. Desde esa experiencia empecé a escribir la novela con una estructura policial; la idea era que pareciera un thriller, la búsqueda de los responsables del asesinato de un periodista amarillista, pero el ingrediente político fue sobreponiéndose y la novela acabó siendo algo muy distinto de lo que yo había planeado. Una especie de fresco de la sociedad peruana desde su cúspide acomodada hasta la parte más humilde, y siempre en función del periodismo escandaloso.

Empecé a escribir la novela con una estructura policial, pero el ingrediente político fue sobreponiéndose y la novela acabó siendo algo muy distinto de lo que yo había planeado.

Si lees la sinopsis de la novela sin saber quién es el autor, dices: «Hay sexo, en distintas formas y variables; hay corrupción, hay chantaje, hay periodismo amarillo y hay política». Esto es la típica fórmula de un best-seller, un cóctel que sólo un barman muy fino es capaz de hilar para que no resulte una cosa explosiva. ¿Tú la ves en el cine?

Mis experiencias en el cine no han sido muy exitosas, así que la idea no me ilusiona (risas).

Todo el mundo con quien he charlado sobre la novela está enamorado del personaje de la Retaquita…

Es un personaje con el que tengo una relación muy especial. Iba a ser un personaje menor, una periodista amarillista con cierto talento para la chismografía y la banalidad. Pero el personaje se me fue imponiendo como algo distinto, más complejo, fue adquiriendo una personalidad que no me permitió figurarla de una manera secundaria en la historia. Son los momentos que me entusiasman más, cuando un personaje te gana y parece que tiene libre albedrío y exige que respetes su personalidad. Empecé a darle una figuración mucho mayor y al final la Retaquita, un poco en broma, de mala se volvió buena, y muestra que había en ella reservas de valentía y heroísmo. Termina redimiendo su oficio, demostrando que el periodismo puede ser una actividad generosa e idealista, a través de la cual una sociedad que pasa por una experiencia negra puede cambiar de piel. Es un personaje que a mí me acabó seduciendo, literalmente.

Además de Retaquita, hay un personaje en el que creo que has volcado una ternura como he visto en pocos: Juan Peineta.

Es un personaje muy entrañable. Cree que fracasó porque eligió el éxito y renunció a ser recitador para hacer de cómico en un programa de televisión. Piensa que su gran fracaso en la vida es esa gran traición a la poesía que él cultivaba con pasión. Pero además es un hombre ya mayor, enfermo, que padece confusión mental… Y es el hombre que la dictadura elige como chivo expiatorio. Ése es un aspecto de todas las dictaduras, la cantidad de inocentes que son sacrificados como instrumentos, los muchos Juan Peinetas que acaban triturados en la maquinaria.

Los personajes a veces los tengo por ciertas deducciones que quiero que hagan, y luego se van encarnando, adquiriendo una cara, ciertos rasgos… A veces tengo un nombre, como en el caso de Juan Peineta, me gustaba mucho. Tiene que ser un personaje un poco ridículo, como ese nombre, debe tener una facha que llama la atención… Decidí que fuera recitador, y como la Retaquita, iba a ser pintoresco, pero me fue ganando y se convirtió en un personaje patético que despierta la solidaridad, la conmiseración.

Peineta tiene 79 años, la misma edad que tienes tú…

Bueno, pero yo creo estar en condiciones (risas). Espero demorarme en llegar a su condición.

A él le aterra la pérdida de la memoria, un fantasma que empieza ya cuando tienes 50…

Con la memoria pasa algo interesante: tienes tal acumulación de recuerdos y experiencias, sobre todo si has vivido una larga vida, que llega un momento en que se vuelve extraordinariamente selectiva. Hay cosas fundamentales que están muy vivas, como si fueran recientes, aunque tengan ya años. No me sé de memoria mis teléfonos, pero te puedo recitar de memoria poemas que aprendí cuando era chico. La memoria elimina todo lo que no considera esencial. Es una teoría que fundamentalmente me conviene, por eso la tengo (risas).

Dicen las malas lenguas que cuando te dan el premio Nobel, al mismo tiempo que te hacen un gran honor, te extienden un certificado de defunción literaria. Tú, desde que te lo concedieron en 2010, has publicado novela y ensayo, has interpretado en el Teatro Español una obra tuya, sigues con tus conferencias y artículos periodísticos, y ahora llega Cinco esquinas. Parece que te has conjurado para hacer trizas esa maldición…

Cuando recibí la noticia una de las primeras cosas que pensé fue: «No quiero que el premio me convierta en una estatua. Yo quiero seguir vivo. Voy a seguir siendo la misma persona. Voy a ser curioso, voy a estar lleno de proyectos, fantasías, ilusiones, voy a seguir metiendo la pata si es necesario…». Y creo haberlo conseguido. Porque es verdad, en la mente de la gente la idea del Nobel es «ese señor ya se acabó, ya no va a hacer nada más». Yo voy a esforzarme por seguir vivo hasta el final; es lo que debemos hacer todos, no morirnos en vida.

Hablemos de sexo. Hay sexo en Cinco esquinas: entre dos mujeres, un trío, hay una secuencia dura en una cárcel, hay una orgía… En tus novelas siempre fluye el sexo, de forma natural.

El sexo es un ingrediente central de la experiencia humana y no se puede escamotear. Está muy presente en esta historia, exacerbado por el entorno en el que viven estas personas. Siempre he tratado con mucho cuidado el sexo porque es uno de los temas con los que una novela se puede desplomar. Tiene que ser tratado con un enorme cuidado y delicadeza para no provocar esa incredulidad en el lector que mata una novela.

En la conducta sexual de las personas se expresa un grado de cultura y de civilización. El erotismo es una forma de vivir el sexo que exige un alto nivel de civilización; no creo que exista en pueblos primitivos, o en familias y parejas incultas. Es una teatralización y desanimalización del sexo; deja de ser un puro desfogue para convertirse en un goce en el que participan la vista, el oído, la cultura, las artes… Y al mismo tiempo, si hay algo en lo que el desarrollo humano se manifiesta en toda su brutalidad y primitivismo, es en el sexo. Son distintas funciones que cumple el sexo en la historia, como las cumple en la vida.

¿Qué te dijo Carmen Balcells de Cinco esquinas?

Le gustó, le gustó. Tuvimos una pequeña discusión, porque me dijo: «Quiero que Isabel [Preysler] me ponga en contacto con ¡Hola!«. Le dije: «No. No vas a utilizar mi relación con Isabel para lanzar Cinco esquinas. Te lo prohíbo». Y me dijo: «Mira, tú dedicate a escribir, que es lo que sabes, y déjame hacer mi oficio, que de eso no sabes nada». Pobre Carmen. Es una de las personas que más he querido y admirado.

Este mes cumples 80 años. Se te ve feliz, se te ve enamorado…

Muy enamorado.

Estoy pensando que Montesinos leerá esta novela desde prisión…

Espero que le guste (risas).

Siempre te ha gustado planificar tus próximos trabajos. ¿Sabes ya lo que viene, después de Cinco esquinas?

Tengo montones de proyectos, lo único que no tendré es tiempo para poder materializarlos todos. Trabajo tengo para rato, veremos si tengo vida también.