MI OPINIÓN

Rubén Meza Santillán

Una señora que es capaz de todo. De luchar contra todo, tan solo por proteger a sus retoños. Ella, que lo da todo sin esperar nada a cambio. Que puede renunciar a sus sueños para que los de sus hijos se hagan realidad.

Doñas que a mano pelada le arrancan a la tierra el alimento para sus niños y otros. Mujer que siente derrumbarse el mundo y se viste de sufrimiento cuando uno de sus retoños enferma. Y cuando ella se enferma sin hacerle caso a su dolor pregunta cómo están sus hijos. Dama valiente y tenaz, que no se contenta ni conforma con criar bien a sus hijos sino que anhela para ellos la mejor de las herencias: su educación. Porque sabe que es la mejor forma de labrarse un futuro en la vida y sentir que el éxito está a la vuelta de la esquina.

Sí, es ella. Es la Madre. Es la nobleza, la sencillez, la sabiduría y el amor desbordante. Pero también la fortaleza, la energía, el coraje y el mejor espejo donde un hijo puede mirarse. Es mamá, la que, a pesar de nuestros años, no tiene roche de querer tenernos en su regazo acariciándonos, hablándonos como a su «huahuito lindito», sintiendo que el tiempo no avanza nunca en el reloj de su ternura por eso nos engríe y nos mima siempre. Es por ella y para ella que nos debemos prodigar. Y no solo este mezquino segundo domingo de mayo, sino todo el tiempo, a cada hora, a cada latido de nuestro corazón. A ella le debemos la vida y suena ridículo dedicarle de cada año, un miserable día.

Para aquellas, que han cargado 9 meses y han parido sin querer, pero que supieron mandar al carajo esos consejos irresponsables y peligrosos. Si a ellas, que fueron capaces de convertir ese “error” en la mejor lección de amor y hoy van por la vida con la frente en alto, madres solteras valientes ante quienes nos quitamos el sombrero.

A ti madrecita que disfrutas de tus hijos con orgullo. A ti, que perdiste a alguno y que no hay palabras para describir tu dolor eterno. A ti, que amas a los que no son tuyos como si los fueran. Y los que se fueron son espinas de aflicción. A ti, cuyos besos de esos frutos de tus entrañas valen más que continentes de oro. A ti, que eres mamá chapada a la antigua o moderna, por igual el reconocimiento porque lo común en ambas es el amor por sus hijos e hijas, por lo tanto no hay debate que valga.

¿Y nosotros qué? ¿Cuál es el compromiso para con ellas? Fácil y sin complicaciones: Amor y solo amor. Si la tenemos junto a nosotros, velar por ellas con paciencia y cariño. Si están allí junto a Dios el recuerdo imborrable de mente y corazón. Porque la madre vive siempre, nunca se va, se queda enraizada en el sentimiento nuestro. Y solo mueren cuando yacen en el olvido de una fría tumba. ¡Feliz Día Madrecitas, en el cielo o en la tierra, benditas siempre sean!