Estoy desde hace unas semanas encaramado al libro de Amoz Oz, “Una historia de amor y oscuridad”, y no lo suelto, son caso setecientas páginas que no quiero que se termine. Cada mañana al levantarme suelo leer un capítulo del libro, son las vitaminas para empezar el día. Para mí es un libro mangle, de albufera, de los míos. Es parte de su biografía adobado de ficción. Es ese territorio de frontera, contaminado por los hechos ocurridos, de los que recuerda que están aliñados con fábulas. Disfruto como un niño. Recuerdo que una tarde paseando por las librerías y me percate en el estante de esta novela, fue un flechazo mutuo, no paré hasta tenerla delante de mí. Luego me enteré que en Hollywood están haciendo una película con Natalie Portman, como actriz y directora, con este texto de Oz. El libro tiene como fondo la historia del éxodo a lo largo de su historia personal hasta tocar tierra firme en el actual Israel. El ambiente en que se mueve el personaje es de un ambiente intelectual, padre políglota y madre muy sensible que por lo general tenía una mirada diferente a situaciones cotidianas fuera del quicio del común de los mortales, y este niño debe afrontar el suicidio de su madre Es muy estratégico que el personaje sea un párvulo sensible y que escruta la realidad con candor, sin la contaminación de los prejuicios. Pero nos muestra que el exilio no ha sido un camino fácil. Despliega una cartografía infinita de lugares, lenguas, anécdotas. Es la vida errante de la historia familiar judía como también puede ser de las nuestras. Sí pergeñaríamos cada uno de nosotros el mapa de la historia familiar, seguro que acaba siendo un atlas geográfico. Si quiera una vez en la vida deberíamos esforzarnos en elaborarlo y entenderíamos mejor el ADN que llevamos dentro.

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