Javier Vásquez

Permítanme, otra vez, salir un poco del tema médico e intentar un esbozo o devaneo de pensamientos a propósito de lo que muchos padres hemos pasado, estamos pasando o pasaremos por ello: la graduación de un hijo.

Verlos crecer, darles su biberón, cambiarles los pañales embarrándonos todas las veces un poco por más expertos que nos creyéramos. Emocionarnos cuando logran sentarse y pararse por sí solos, asombrarnos cuando empiezan a balbucear, emocionarnos hasta las lágrimas cuando dicen por primera vez “ma” o “pa”, sentirnos extasiados cuando dan sus primeros pasos, dolernos sus caídas, que son frecuentes. Enseñarles a pedir hacer pis.

Luego darles sus alimentos sólidos en la que, la mayoría de ellos, terminan por el suelo o por sus polos, baberos o servilletas. Jugar con ellos a la pelota, a los soldados y múltiples cosas. Hacerles dormir en la cama con la salvedad no muy frecuente, que nos dormíamos antes que ellos y la mamá nos encontraba en profundo sueño y a los niños jugando entre ellos.

Luego el colegio, acompañarles a hacer las tareas, pero nunca hacerlas por ellos. Empezar a renegar un poco cuando decían que en el colegio no les habían dejado nada para la casa y darnos cuenta que no era cierto. Los fines de semanas ir papá y mamá a jugar basket, fútbol y tenis con ellos y luego meternos a la piscina que era lo que más adoraban.

Luego ir al cine juntos y empezar a acostumbrarnos a que tenían su propio mundo en el cual no estábamos incluidos: sus amigos, la gran mayoría de ellos buenos muchachos, con los que mantienen sólida amistad hasta hoy.

Luego, al terminar el colegio, elegir lo que quieren en la vida. Alonso eligió Lingüística y Rodrigo Ingeniería Electrónica y empezaron la última aventura antes de enfrentarse a la vida real lo que significa comprar tu casa, pagar tus deudas, criar tus hijos y el largo etcétera que conocemos.

Ambos están estudiando muy fuerte y Alonso acaba de graduarse de Lingüista, una profesión que le apasiona y sabemos que le irá excelente, ahora está apuntando a su maestría y doctorado. Rodrigo terminará la suya dentro de pocos meses y también está entusiasmado con lo que ha elegido.

En este punto es una satisfacción para todo padre saber que se ha logrado una meta: darle a nuestros hijos las herramientas para ser felices. Pero así tengan la edad que tengan o la profesión que quieran, serán siempre nuestros pequeños hijos, pero no hay que mal interpretar esto. Ellos también tendrán sus hijos y harán lo mismo o más que hicimos por ellos. La pregunta sería: y cuando nosotros viviremos para nosotros y nuestros hijos para ellos?, si todo parce ser una cadena en que cada uno es un engranaje que se tiene que ocupar del que sigue.

Me parece que cuando los hijos ya puedan mantenerse por ellos mismos nosotros podemos dedicarnos un poco más a nosotros. Papá y mamá tienen muchos sueños postergados, la mayoría de ellos se pueden hacer realidad: pueden ser viajes, retirarse al campo a una vida contemplativa, realizar pequeños proyectos, desarrollar cosas postergadas: lecturas, oficios, arte.

Nuestros hijos han crecido, pertenecen al mundo aunque tienen el cordón umbilical unido a nosotros para toda la vida. Dejémosle que vivan su vida y vivamos la nuestra, desde donde estén y estemos nos seguiremos amando para siempre.