En la edición de ayer el diestro, cerebral y decisivo jugador albo, Carlos Barrena,  dijo una verdad tan grande como varias catedrales juntas. Fuera de la cancha, alejado de la rodante y tantas veces esquiva pelota, sin el grito del gol final, el aludido no desbarró ni se extravió. Sostuvo que notaba vacíos en las propuestas de los candidatos en ciertos rubros como el de la cultura. Nada más cierto. Nada más penoso.  Como si nada, como si la vida fuera solo comer, dormir, cobrar, gastar, chupar, tener cosas, se prometieron aumentos, obras, beneficios materiales. Los pobres peruanos no podrían alejarse de una declarada animalidad, de una existencia instintiva, pues no tienen derecho a los bienes espirituales, a la creación artística.

El señor Alejandro Toledo, no sabemos si buscando un editor suicida o tratando de ganar algún voto perdido de los poetas, declaró que lee y que escribe poesía, pero nada dijo sobre el último lugar en compresión de texto. El señor Ollanta Humala que lee demasiado, sobre todo para no responder los ásperos cuestionamientos de sus rivales, nada dijo sobre un plan integral de lectura para el pobre peruano colero, para ese niño o esa niña del interior nacional que ignora la seducción de un buen libro. El señor Luis Castañeda puede cantar en público. Cantar mal pero algo es algo, y nada dijo sobre un programa cultural para este vasto país.   

El todavía norteamericano PPK no encandila a animales amaestrados con sus arpegios, ni se gana la vida en las calles con su instrumento  musical, pero toca la flauta sobre todo para salir en los periódicos. Y se atrevió a soplar su flauta públicamente en uno de sus mítines  finales. La imagen del todavía yanqui soplando es el único aporte cultural que hemos encontrado entre todos los candidatos.  Imagen deleznable, por supuesto. Los demás no tocaron nada, ni soplaron cuernos de vaca, pero comieron golosamente, bebieron hasta el concho de las bebidas  y se fueron a los programas cómicos.