Es muy difícil  que lo vivido y sufrido en el infierno ponerlo en palabras. Sí, es una tarea que requiere reflexión y flexión. Es un testimonio desde el umbral de la muerte. Donde la condición humana ha sido devastada. No sólo es testimonio, y más, si este, el testimonio pretende ser literario. Hay que plantearse una estrategia. Es una de las preocupaciones que arrastra la novela de Jorge Semprún, La escritura o la vida. Que lo vivido quede, que remueva, que te dejé marcado como lector/ra hasta donde puede el mal que habita en el cuerpo de las personas. Fue uno de los sobrevivientes del campo de concentración de Buchenwald, Alemania. Muy cerca de Weimar, desde allí se podía ver las chimeneas y el humo de las cremaciones. En este pueblo moró Goethe, el genio de la literatura alemana. A unos metros el horror y al lado la casa museo de este hombre preclaro. Mientras leía la novela pensaba que nos narraba la historia secreta de una novela, su novela. Escribía, abandonaba la escritura, volvía a ella, la rehacía. Sí escribía podía remover todo lo vivido en ese campo. Hesitaba. Después de pasar por el horror de los campos de concentración, Semprún dudaba en escribir sobre esta experiencia. Fue traumático en todos los ámbitos humanos. En las noches mientras dormía le asaltaban esas negras sombras de la experiencia del mal, como hollín pegado en el alma. No encontraba reposo y le invadía, a ratos, un gran sentimiento de culpa por el hecho de sobrevivir [Primo Levi, un escritor judío italiano que vivió el espanto de Auschwitz terminó suicidándose, no soportó la existencia y la culpa después de esa experiencia]. Pero Semprún logra pergeñar como fue esa experiencia con aliños también humanos como el período de la posguerra, su infancia tranquila y serena, su lucha clandestina contra la dictadura de Franco, sus amores, sus miedos, sus ideales – es un canto contra la muerte. Logra construir un gran aguafuerte sobre el mal que como lector terminas conmovido por esa pesadilla que tejemos los humanos.

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