Por Filiberto Cueva

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A inicios del mes de  marzo del 2002 se creó en mi colegio – Fe y Alegría 28 – un curso alternativo a los que mandaba el sistema educativo peruano. Se trataba del curso de “Ética y Valores”, mismo que se dictaba durante una hora a la semana y estaba en manos de la hermana Rosario. Una hermana religiosa de nacionalidad española y que  integraba la Congregación de las Hermanas Misioneras del Divino Maestro, y había venido al Perú luego de haber trabajado por más de 15 años como profesora en una de las escuelas de Fe y Alegría en Venezuela .

Entre los estudiantes corría la pregunta de por qué un curso de Ética y Valores ¿De qué nos serviría? ¿Qué tanto podríamos aprender de él? Dichas preguntas no tardaron en llegar a la hermana Directora quien un día entró de aula en  aula para explicar que el problema de nuestro país era justamente ese, un problema de  “Ética y Valores” y que hacía falta que se nos formase en ello –  que aunque pareciese utópico e irreal – nos serviría en la práctica de la vida, pues en ella, día a día se nos cruzarían situaciones en las que había que hacer juicios de valor, para los cuales requeríamos una formación anticipada, misma que estaría en manos de la hermana Rosario, de casi 60 años de edad.

Recuerdo el día en que un compañero de la clase, quiso poner a prueba los argumentos de la hermana Rosario diciéndole “Hermana, usted nos ha dicho a todos que la mentira es mala, pero qué pasa si un hombre que quiere asesinar a mi hermano entra por la puerta y me pregunta dónde está él. Yo no puedo mentir”. A lo que la hermana enfáticamente le responde “Hijo, tendrías que ser realmente tonto para decir dónde está tu hermano. En ese momento te corresponde defender la vida por encima de todo”.

Dos años después, terminé la secundaria. Un día por curiosear – año 2006 –  fui al colegio, me encontré con mis profesores. El colegio había cambiado mucho. Había más áreas verdes y espacios para la recreación de los chicos. No podía estar más contento. Le pregunto a uno de los profesores por la hermana Rosario y este me cuenta que ella enfermó y tuvo que regresarse a España casi de emergencia y desde aquel entonces, no habían vuelto a saber de ella.

A inicios de este año (2016) me late en el corazón el impulso por averiguar el qué habrá sido de la hermana Rosario, y desde Madrid comunico con la Casa Central de las Hermanas Misiones, les comento que soy de Perú. Que una de las hermanas fue mi profesora, les di su nombre. Ellas me dieron un nuevo número de teléfono. Hice un total de 05 llamadas y finalmente logré comunicar con la hermana Rosario. Ella ahora, con más años encima, pero con la misma lucidez que la caracteriza se sigue dedicando a la labor de la enseñanza en un pueblo de la ciudad de Granada.

Intercambiamos correos electrónicos y números de teléfono. De inmediato le he enviado una foto mía en caso no recuerde mi rostro – y es que han pasado tantos años – Le he prometido que la voy a visitar para abrazarla muy fuerte. Ella me dice que le avise con tiempo para que pueda estar libre. Le digo que no importa, que quiero llegar un día en que ella tenga mucho trabajo por hacer, así pueda darle una mano.