La delgada línea roja

Por Miguel Donayre Pinedo

Con la anuencia de sus dueños o propietarios de los tabloides, periodistas espiaron, chuponearon a la familia real británica. No contentos con esta avidez espiaron a políticos, escudriñaban parte de su vida e intimidades como la enfermad congénita de uno de los hijos de un político y los hicieron público. La crueldad seguía creciendo y a estos periodistas o murciélagos de la vida personal no había quien les pusiera freno. Espiaron a los deudos de los soldados que estaban en el frente de guerra sin importarles el dolor. Adiós a la libertad personal a favor de la libertad de empresa. Hay que vender.  Cuanto más sangre a las páginas de los diarios, mejor. Enlodar, ensuciar era el lema.  Eran personas carroñeras que se metían en la vida privada y los dueños de estos diarios no los despedían, por el contrario, se frotaban las manos e incentivaban a incurrir en esos delitos ¿se planteó la contradicción entre la libertad de empresa y los límites de la libertad de expresión? No. Por el contrario, a ese estiércol se plegaron los políticos bajándose los pantalones. Anidaban cerca del propietario de estos diarios como es el caso de Murdoch en Inglaterra. Hay tanta basura en nombre de la libertad de expresión y de empresarios sin escrúpulos (y cicateros) que este sistema debe cambiar sino será el suicidio social.