ESCRIBE: Jaime Vásquez Valcárcel

Ay… y la ciudad seguirá en descenso. Antes, durante y después de la creación. Ya un extranjero en Memorias de un Cónsul Norteamericano en Iquitos 1943-1944 la pareja Hank y Dot Kelly se encargaron de enrostrarnos sutilmente el tipo de vida que llevamos. Y uno al leer ese testimonio se hace la pregunta vargasllosiana que tantos ensayos ha motivado en los estudiosos peruanos. Y, en este domingo cualquiera, leo la entrega de Paco Bardales, que se publica en este diario y me asalta la misma pregunta de siempre. De todos los días. Cotidiana pregunta.

Por ejemplo, entusiasmados por la belleza de la curaduría dirigida por Christian Bendayán Zagaceta, sobre la vida y obra de César Calvo de Araujo, algunos asistentes al Británico se atrevieron a insinuar que esa misma exposición debería trasladarse a Iquitos que es la ciudad que debería tener a Calvo no sólo como la nominación de un calle sino que los pobladores deberíamos conocer al dedillo la vida y obra de este artistas. Algo así como un José Martí para los cubanos. Algo parecido. Pero, claro, esa exposición liderada por Bendayán y que ha motivado la atención de la prensa nacional –la prensa loretana está en un mutismo lamentable para este tipo de acontecimientos- requiere de, por lo menos, 80 mil dólares para instalarse en otro lugar. Puede hacerse con menos –ha dicho Christian- pero sería una réplica. Y ahí hay que detenerse interrogatoriamente.

¿Ninguna entidad o autoridad en Iquitos puede aprobar un proyecto de exposición permanente sobre César Calvo de Araujo de tal forma que todos vivan, sueñen e imiten de alguna forma al artista? ¿Ninguna entidad puede apoyar siquiera el mantenimiento de un espacio como la Biblioteca Amazónica y los promotores de la misma tengan que portarse como mendigos en una ciudad donde en una celebración cualquiera se gasta 200 mil soles para baile y borrachera? ¿Hay alguna autoridad que se compadezca de la precariedad con que se exhiben las fotografías de la época del caucho en un ambiente de la Gobernación y añada a ese espacio información didáctica sobre uno de los períodos más ilustrativos de la Amazonía peruana? ¿Una autoridad regional podría apoyar para que unos jóvenes ilustres pongan en práctica la realización de proyectos donde se llame la atención sobre la importancia de mantener los monumentos históricos e incentivar la autoestima ciudadana?

Leyendo a Paco, releyendo al cónsul, observando la belleza de la muestra sobre Calvo de Araujo, padeciendo la insensatez miope de quienes no solo muestran dejadez para preservar lo nuestro sino que la destruyen no hay motivos para el entusiasmo. La ciudad, ay, seguirá en descenso, en sufrimiento. Y los Bardales, los Fernández, los Ceccarelli, los Bendayán, los Varela Tafur, todos seguirán autoexiliándose.