Cada vuelta a Isla Grande siento que la ínsula y yo hemos perdido algo (ojo, por favor, no confundir con Iquitos que es una ciudad cartesiana, silenciosa y respetuosa en la aplicación cívica de las leyes de la ciudad. En pocas palabras, es la antítesis de Isla Grande). Me es difícil traducir ese sentimiento en palabras que pueda dibujar o trazar ese momento de la realidad. No sé, pero al pasear por sus calles percibo el deterioro, la irrupción de un nuevo orden -pareciera que hubiera habido un big bang urbano, la dejadez de las autoridades y de una ciudadanía complaciente que se contenta con poco. En esta urbe los sonidos de los motores del motocarro es el que reina (me dicen que desoyen y se burlan de las normas municipales), el resto son zarandajas de quejosos pejigueras. En mi paseo a pie y con la cámara fotográfica observo que hay muchas edificaciones sin concluir, está llena de estos proyectos mobiliarios frustrados y abandonados- esas casas caucheras abandonadas me recuerdan a las casa de los colonos dejadas en Cotonou, Benín. Es una ciudad en que silenciosamente la gente se va retirando y van llegando otros con nuevas aspiraciones – en el plano de la ucronía mi pregunta es ¿Isla Grande en un futuro cercano podría tener un alcalde de origen andino? No hay que olvidar que la selva es el refugio de los desplazados de la pobreza de este país. Recordemos que la región es una de las más pobres de Perú, se menciona de pobreza crítica, pero es un dato que no dice nada a las autoridades. Dice mucho de una ciudad donde la fuente principal de la economía doméstica es el motocarro y las parrilladas como emblemas de la subsistencia. Esto quiere decir que estamos al borde de la bancarrota, que la economía que sustenta esta ciudad es la burocracia que ahora llora, a mares, por que el canon petrolero cada vez es menor en el presupuesto (es muy triste escuchar eso, es de de una fruslería sin nombre). Me comentan que el desempleo es muy grande, descomunal, desmesurado. Y la ciudad se sigue perdiendo. Aunque, hay un nuevo guión en los destinos de la ciudad, ese orden es el caos y el desquiciamiento. Claro, son contrarios a la razón, en cambio en Iquitos es todo lo contrario, desde aquí se le mira con envidia. Los que ocupan el puesto público de responsabilidad no velan por el interés de todos los y las insulares sino miran a su propio asiento y bolsillo. Lo peor es que los dejan hacer y la ciudad se cae a pedazos y en socavones. Me es cada vez más ajeno este puerto con nuevas torres, la Iglesia Matriz es una torre más en el centro histórico que está llena de antenas de telefonía celular. En esta caminata, abro los ojos y aguzo la memoria porque solo me queda el recuerdo de cómo fue.

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