En el mundo en que por entonces vivía el señor Fernando del Castillo Tong siempre había 4 esquinas, un techo nada aligerado y un sólido candado. No podía ni salir a dar una vuelta por el perejil o a comprar su cigarro cantinero, como hubiera sido su simple deseo para no asfixiarse en el encierro. El aludido estaba preso y tenía que cumplir con su condena como cualquier hijo de vecino. Ello significaba que no podía votar en cualquier evento sin importancia, pero el 5 de octubre del ya pasado 2014 fue reelegido como alcalde de Lamas.

A partir de ese momento se armó una pendencia de cuartel, debido a que ese preso ganador se propuso despachar sus asuntos ediles desde su celda compañera. Las autoridades de aquel tiempo se vieron entre la espada y la pared, pues no podían darle libertad provisional en el día para meterle a chirona en la noche, y se cruzaron de brazos y de piernas. Es decir, se hicieron los locos. Los opositores de Fernando del Castillo Tong hicieron todo lo posible para que la cárcel de Lamas no reemplazara al local consistorial. No aceptaron de entrada que esa jurisdicción tuviera un burgomaestre entre rejas. Y, pese a sus protestas, sus pataletas, sus marchas y contramarchas, nada pudieron hacer hasta el día de hoy. Ese fue el lejano inicio de la modernización de la cárcel en el Perú. De la noche a la mañana, esos locales se convirtieron en sedes preferidas por las autoridades de toda índole para despachar sus graves y serios asuntos. Pese a las protestas de los presos y sus familiares se impuso ese cambio en el espacio urbano y hoy por hoy los mejores atenciones que recibe el ciudadano están en las cárceles mejor implementadas de todo el pías, donde es imposible que exista cualquier tipo de corrupción.