Revisando internet me encuentro con un tema tan antiguo y tan actual.

La palabra ética proviene del término griego ethikos, que significa “carácter”. Una sentencia ética es una declaración moral que elabora afirmaciones y define lo que es bueno, malo, obligatorio, permitido, etc. en lo referente a una acción o a una decisión.

No es fácil definirla. Una definición explica que es la disciplina filosófica que estudia el bien y el mal y sus relaciones con la moral y el comportamiento humano. Otra que es un conjunto de costumbres y normas que dirigen o valoran el comportamiento humano en una comunidad.

La bioética es la ética aplicada a la vida humana, es fuente de principios y comportamientos que orientan a actuar siempre de forma respetuosa ante la vida y la dignidad de la persona; debe estar presente en todas las especialidades médicas, pero es la Obstetricia y Ginecología una de las que más problemas puede plantear, debido a su ámbito de actuación en los procesos biológicos y reproductivos.

En 1803, Thomas Percival escribe el “Medical Ethics” y se inicia la objetividad moral de la conciencia del médico. En 1914 se hace ley cuando un juez de Nueva York de apellido Cardoso en pleito contra la Sociedad de Hospitales de New York dictaminó: «todo ser humano y adulto que esté en sano juicio tiene el derecho a decidir lo que se hará en su propio cuerpo».

Las posturas éticas frente a la interrupción voluntaria del embarazo son muy variadas, existen opiniones que van desde el rechazo absoluto hasta la aceptación bajo cualquier circunstancia. El diagnóstico prenatal supone un problema bioético cuando se deben realizar técnicas invasivas que ponen en riesgo la evolución de la gestación. Otras polémicas se derivan de procederes como la cesárea programada electiva, las técnicas de reproducción asistida, la medicina fetal; de actuaciones médicas durante la atención prenatal, la anticoncepción, estados terminales del cáncer, entre otras.

Los malos profesionales detectan enfermedades inexistentes, magnifican procesos leves, operan tumores y quistes fantasmas, hacen cesáreas sin justificación y asustan con el fin de mantener una dependencia rentable amparados en la tolerancia o complicidad de los demás colegas y en la inoperancia de los Colegios Profesionales, una de cuyas funciones es la mantención de los principios de la ética y la deontología en la práctica de la medicina.

¿Qué podemos pensar del profesional que para sacar provecho personal, generalmente económico, magnifica los errores de sus colegas, o de aquél que oferta su mercancía en tarjetas, revistas o periódicos, o a través de la radio y la televisión, con pretexto de conferencias o declaraciones de carácter científico?

La mujer que merece respeto en función de la naturaleza y ubicación de sus dolencias, es generalmente objeto de maltrato, empezando por la actitud hostil, fría y poco humana de las personas que, en cadena, desde el portero hasta el profesional, la tratan en función de la ficha numerada que debe comprar para hacerse atender.

Creer que con un curso de Ética Médica en la Universidad, el futuro, profesional va a actuar con una conducta ética en su vida profesional, es como querer aprender a nadar por correspondencia. Cada vez son más frecuentes y más poderosas las tentaciones para infringir las normas de conducta que el médico debe guardar y, por lo tanto, es cada vez más necesario, que el profesor universitario, las autoridades de las instituciones médicas y los profesionales de mayor experiencia prediquen con el ejemplo.

En un debate sobre la “cesárea necesaria” o “cesárea a petición o demanda de la paciente” algunos médicos creen que las mujeres tienen el derecho de elegir la intervención quirúrgica aunque no tenga indicación médica y, en el otro aspecto están los que creen que un proceso natural no debe reemplazarse por un procedimiento de cirugía mayor.