La basura expuesta en Próspero

Percy Vílchez Vela

Entonces, en el prestigioso ámbito del  jirón Próspero,  aconteció una impresionante exposición de miserias urbanas. Eran sendos cajones de basura que algún comerciante de marras ubicó en la vía pública, como si se tratara de su patio trasero o de su feudo privado.    No consideró que los demás, los vecinos y las personas, existían cerca. Los cajones estaban repletos de todo tipo de desperdicios  y se quedaron un día completo,  estorbando, perturbando, igual que indeseables presentes que de anchas o mangas afectaban a los sufridos transeúntes de entonces.

Era el 18 de junio de 1946, hace exactamente 66 años, según refiere La Razón. En la urbe de aquellos años  la  basura, como siempre, era uno de los principales inconvenientes. Nada ni nadie podía contra los desperdicios como si se tratara de un complicado problema de otro planeta. Una de las conductas peores era que cualquier energúmeno sacaba a la hora que fuera sus porquerías.

El anónimo cronista que  redactó la nota solo se refiere a la calle Próspero.  No se le ocurrió recorrer las otras arterias y verificar cuántos  eran los vecinos que habían sacado a la intemperie lo mejor de sí mismos:  en los desperdicios también  se pueden leer claves de la personalidad de cada uno. Estamos seguros que la basura no solo estaba en esa vía  central de Iquitos. Es de imaginar que en esa mañana perdida, olvidada, abundaba   la basura expuesta en tantas partes. ¿Qué malentendido o  malcriadeza o neurosis les hacía incumplir  el horario prefijado?

En la estrategia de limpieza de la empresa de esa época figuraba las 2 en punto de la tarde como la hora del  paso de los camiones por la calle Próspero. La baja policía de ese tiempo era tan mala como siempre,  y ese desventurado día no apareció ni  en pintura. No hubo ni siquiera una carretilla salvadora.  La basura siguió varada como un feo presente.

En la historia de esta ciudad,  la simple lluvia puede ser un hecho  inoportuno, una agresión telúrica. Ese 18 de junio debió caer en otra parte, en la Antártida,  pero se desplomó como un diluvio. En su furia natural convirtió a la basura de Próspero en un sancochado pegajoso, maloliente y exasperante. Es decir, en algo peor de lo que ya era.  En Iquitos hay algo  atroz en ese rubro. Desde ese basural expuesto en una de las principales calles ha  pasado bastante tiempo.  Pero cualquiera puede sentir en carne propia que el camión de la baja policía todavía no llega. El mismo arribó en la noche. Pero llegó.  Hoy ese vehículo puede no llegar durante días, pese a que la empresa cobra una fortuna por tener las calles limpias.

Es frecuente encontrarse en estos días con basurales ofendidos por la lluvia, convertidos en detestables cerros, en horrendas montañas. Somos hijos del cautiverio del tiempo que no pasa, que describe un círculo errante. Entonces todavía estamos en 1946. Andamos en la calle Próspero,  agredidos por los desperdicios mojados o no, amontonados antes nuestras narices. En vano esperamos a los recogedores de nuestras porquerías. En vano soñamos con los camiones que ni siquiera existen.