Por: Moisés Panduro Coral

En la fecha que escribo esto, en Oslo, capital de Noruega, la temperatura es de 3° C. Para enfrentar el frío, ellos utilizan sistemas de calefacción, a la inversa de lo que ocurre con nosotros los que vivimos en un clima tropical que utilizamos sistemas de refrigeración del aire para enfrentar los 32°C que nos sofocan, más aún en una ciudad como Iquitos en la que la falta de árboles y el diseño cerrado de las viviendas trae como efecto que el calor no se disipe, sino que se acumule generando una sensación térmica que en ocasiones supera largamente los 40°C.

Pero mientras aquí tenemos una vieja central termoeléctrica produciendo energía para nuestros aires acondicionados contaminando con ello el ambiente, en Oslo, los noruegos calientan sus viviendas quemando toda la basura que puedan conseguir. Como en Noruega, sus  ciudades son limpias, pobladas de habitantes de buenos hábitos, no tienen mucha basura para quemar, se encuentran paradójicamente en la urgente encrucijada  de importar la basura que se produce en otros países cercanos, entre ellos, Inglaterra, para satisfacer su necesidad de desechos sólidos.

Pero Oslo no está sola en la competencia. Otras ciudades nórdicas como Estocolmo, capital de Suecia, está literalmente en una guerra de precios y de facilidades de transporte con Oslo para obtener  la basura de todo el mundo. Nos puede parecer extraño, pero allí hay una competencia feroz por la basura que otros producen; los municipios suecos y noruegos quieren tenerla, pelean tonelada por tonelada para cubrir su déficit de basura, pues de acuerdo a la información que nos llega, sólo la planta incineradora de Estocolmo necesita unas 700 millones de toneladas de basura al año.

Oslo tiene cerca de millón y medio de habitantes y Estocolmo está cerca de los 800,000 habitantes, y es común ver ingresar a estos países grandes barcos y camiones trailers que concurren presurosos a dejar su fétida pera ansiada mercancía, su hediondo pero codiciado cargamento, sus residuos nada aromáticos, pero bien pagados en miles de euros contantes y sonantes. Es tan creciente la demanda de este insumo que los especialistas afirman que el mercado de la basura se encuentra en pleno crecimiento, de la misma forma y con la misma intensidad que, por ejemplo, el mercado de bebidas energizantes, de cosméticos y autos. De hecho, en Austria y Alemania, los suecos están construyendo más plantas incineradoras y eso aumentará la demanda de basura.

Fíjense las cosas de nuestro tiempo. Allá, dos municipios tratando de conseguir basura como materia prima; aquí en Iquitos, la basura regada en las calles, fuera de sus contenedores, colmatando aún más los sifones con cada lluvia. Allá, poderosas plantas de tratamiento y conversión de los residuos sólidos, aquí anunciando con grandes titulares periodísticos una simple reunión con presencia ministerial para construir un relleno sanitario de poca capacidad y de tecnología inferior a la que tienen sus pares europeos.

Allá, en Oslo y Estocolmo, la venta de basura es un gran negocio industrial que beneficia a millones; aquí en nuestro Iquitos de medio millón de habitantes, el recojo de la basura y su traslado a un botadero es un gran negocio de servicios de unos pocos. Allá, un proceso industrial que convierte lo desagradable en energía eléctrica y calorífica, con alta rentabilidad económica, social y ambiental; aquí, un foco infeccioso propagador de enfermedades, perjudicial para miles.

¿Por qué nosotros no hemos de ser como ellos? Se preguntaba hace medio siglo el gran peruano Víctor Raúl Haya de la Torre en su libro “La Europa Nórdica”.