La parrillada colectiva fue anunciada con bombas, bombos, platillos, redoblantes y retretas militares. Era una colosal asaduría que incluyó los locales partidarios, las canchas de fútbol, las sedes oficiales, las casas comunales, bastantes comercios, muchos hogares y las mismas plazas. Un día antes, mientras varias empresas contratadas preparaban la carne con aderezos letales, se realizó un fandango con varias orquestas contratadas desde el extranjero. La diversión fue hasta el amanecer del día siguiente. El abuso bailable y bebible fue un exceso, pues diarios locales reventaron con la insólita noticia de que la banda de los votos había realizado otro asalto.

En tantos lugares de la ciudad de Iquitos durante meses se habló hasta por los codos y las pantorrillas del sigiloso, eficaz y contundente robo de las presas condimentadas. En una operación coordinada los asaltantes arribaron a los lugares donde se realizaba los preparativos para la asaduría y en sendos camiones se llevaron no solo las presas sino los otros elementos de la parrillada como los sacos de carbón. Era el colmo. Las porfiadas investigaciones no dieron ningún resultado y las parrilladas se suspendieron hasta nuevo aviso. Ello era una nueva parrillada convocada por los pobres candidatos. En esa oportunidad fueron contratados guardianes para custodiar todo el proceso de la parrillada que se venía.

En una urna blindada y protegida con cámaras secretas quedaron esa noche las presas. Era más que seguro ese blindaje y la comilona estaba asegurada. El día siguiente no llegó ni en broma. Nadie sabe cómo los miembros de la banda de las ánforas hicieron su agosto otra vez. No abrieron ninguna puerta, no rompieron nada y no dejaron ni una sola sombra en las pantallas. Luego se pretendieron hacer polladas, cerdeadas, moteleadas, cuyadas, pero fueron también asaltadas con violencia desatada por esa banda letal, que también intervino cuando se hicieron partidos de fútbol para definir los cargos públicos.