En el rateresco mundo del hampa era insospechada la aparición de una banda de armas tomar que tenía como único objetivo el robo de las ánforas electorales. Sucedió que durante el pasado 2014, en medio del bullicio de los animales que simbolizaban a los partidos, apareció un colectivo inédito en el día mismo de la contienda de las ánforas que había suspendido la ley seca. La banda estaba conformada por mozalbetes con varios aretes en las narices, con los cuerpos empedrados por tatuajes y vestidos con prendas estrafalarias. En una acción ejecutiva arrasaron con todas las urnas electorales de la región Loreto después de reducir a los miembros de mesa y a los custodios del orden.

El robo fue eficaz y se tuvo que suspender la votación. En las nuevas elecciones ocurrió el mismo asalto. Luego se hizo una votación de emergencia y la banda hizo nuevamente de las suyas. La siempre diligente tombería no podía encontrar el hilo de la madeja que le condujera a los cabecillas de semejantes bandoleros. Ellos eran tan eficaces en el asalto anforista que no dejaban un solo rastro, una sola huella. ¿Para qué robaban esos objetos inservibles en realidad que solo valían para meter por una ranura un pobre voto? ¿Qué ganaban robando esas urnas que después eran arrojadas al tacho como si no hubieran servido para nada. La respuesta no demoró en aparecer.

Ocurrió una tarde poblada de palomas y de campanas y de basurales que una voz deformaba pidió a todos los candidatos una fuerte suma de dinero para devolver intactas las urnas. Los candidatos, en acongojada mancha, en llorosa respuesta, se lamentaron de sus situaciones indigentes, se quejaron de que nadie les financiaba y dijeron que no tenían dinero ni para el azúcar. De manera que acordaron hacer varias parrilladas para agenciarse de fondos para pagar el rescate de las ánforas robadas.