Javier Isuiza, Malapata
Javier Isuiza, Malapata

[et_pb_section fb_built=»1″ _builder_version=»3.19.3″][et_pb_row _builder_version=»3.19.3″][et_pb_column type=»4_4″ _builder_version=»3.19.3″ parallax=»off» parallax_method=»on»][et_pb_gallery fullwidth=»on» max_width=»62%» _builder_version=»3.19.3″ gallery_ids=»225589,225588,225587″ module_alignment=»center»][/et_pb_gallery][/et_pb_column][/et_pb_row][et_pb_row _builder_version=»3.19.3″][et_pb_column type=»4_4″ _builder_version=»3.19.3″ parallax=»off» parallax_method=»on»][et_pb_text _builder_version=»3.19.3″]

ESCRIBE: Jaime Vásquez Valcárcel
Twiter: @JaiVasVal

Cosas de la vida, los caminos de la vida. Mientras se editaba un reportaje sobre la obra y vida de Javier Isuiza, el Congreso de la República acordaba otorgar una pensión vitalicia a Campos, cómico que pasó su vida artística en los set y escenarios y también a Eduardo Cesti, actor que brilló básicamente en la televisión y que sobrevive en condiciones precarias. Bien merecido lo tienen, sin duda. Y es que el centralismo se manifiesta en todos los niveles y en todas sus formas. Malapata, autor e intérprete de los nuestros se ha mostrado díscolo frente a ese centralismo que, creyendo rendir homenaje a los músicos nacionales, creó el día de la canción criolla que fue concebido como un homenaje a los que desde Lima cantaban y gozaban “la música nacional”. Y se olvidaron del interior del país, de los oriundos amazónicos. Y se siguen olvidando. Muestra de ello es la pensión vitalicia a la que nos hemos referido. Hablemos mejor de un vitalicio de la música, del show.

Javier Isuiza, Malapata para todos los amantes de la música regional, es un belenino de pura cepa, patacala y un hombre dedicado a la música desde el vientre de su madre, como él mismo confiesa mientras mira el agua, las calles, las barandas del barrio que le vio nacer. Javier nació con una guitarra bajo el brazo en un pueblo donde pocos nacen siquiera con un pan entre los brazos, y con los dedos prodigiosos como para darle a las cuerdas y con sus cuerdas vocales hacernos sentir más loretanos que nunca, más selváticos, más amazónicos, pero sobre todo más auténticos, oriundos.

Con este tipo de antecedente Javier Isuiza estaba predestinado a triunfar en el mundo del canto. Si desde el vientre de su madre ya era cantante, el barrio donde nació fue el lugar pertinente para que, aún antes de empezar a caminar, ya tuviera la oportunidad de rodearse y codearse con cantantes que llevaban la música también en la sangre. Le gustaba ir a escuchar a quienes cantaban en el pasaje Ugarte, que era conocido como callejón oscuro. Cuando habla de ese barrio le viene a la mente el nombre de Jacob Mori, quien tocaba todo instrumento de cuerda y fue su gran maestro.

En ese callejón se reunían los jaraneros. Él, aún niño, miraba todo por la rendija porque las casas eran de pona. Ahí sus oídos musicales escucharon por primera vez los acordes brasileños, esa música reinaba y de ahí salieron grupo famosos como “los reyes de samba”. Cuando le preguntamos sobre la historia de la música en Iquitos, no titubea para decir que a la capital loretana ingresó el ritmo junto con la llegada del caucho, de los caucheros, de los moyobambinos, que al igual que extranjeros venían en busca del oro. Les decían que había el metal precioso y terminaron trayendo ritmo y sabor. A él le jalaba bastante la música extranjera, los extranjeros que cantaban, la música española. Siempre quiso aprender la música colombiana sin imaginarse que años más tarde, cuando ya peina canas, sería ovacionado en territorio colombiano que antes fue peruano y que, otra vez, el centralismo hizo de las suyas para el despojo.

Malapata es un regionalista militante. Lo hace desde la música, su música. Por eso no está de acuerdo con esa disposición que emitió en su momento el presidente Manuel Prado Ugarteche, que señalaba que todos los 31 de octubre se debería celebrar el día de la canción criolla, pues es un culto a la música limeña, que tiene su aporte, pero no es el Perú. En el interior del país se han dado creaciones maravillosas como La Contamanina, Amazonas, Iquitos y más. Y la disposición presidencial se hizo pensando en las creaciones limeñas y no provincianas. Le da rabia eso, claro que sí. Pero con los años que lleva ya no está para rabietas y prefiere la pandereta, ese instrumento que tocaba con sincronización exacta en las noches de bohemia en “El amauta”, donde los fines de semana de un tiempo que aún tiene en el recuerdo se encargaba de cantar y contar sus ocurrencias.

Es un protestante, la música es su protesta, está en contra del orden establecido. Con conocimiento de causa. Sabe y ha vivido con los músicos que llegaron desde Yurimaguas, Moyobamba, Rioja, de donde han venido los jaraneros que marcaron historia. Ese espíritu protestante le llevó a escribir un clásico de la clase política regional. “El sillón consistorial” es el título de una radiografía de las autoridades, de los ciudadanos, de las elecciones, de la realidad regional que también puede trasladarse a todo el país. Quizás sea uno de los principales aportes de Javier Isuiza, opositor a que desde Lima nos impongan una celebración cada 31 de octubre llamada día de la canción criolla. Como respuesta ha hecho una sátira de la política que, escrita hace muchos años, tiene una vigencia clarividente y seguro pasarán los años y su letra seguirá siendo actual. Fue una de las últimas que compuso, tiene más de 20 años el tema, es un clásico, es usar la política como protesta, en ritmo de vals. Él celebra el día de la canción criolla, pero más llevado por la propaganda que se genera en torno a ese día. Como los grandes compositores, no tiene una gran cantidad de creaciones. Serán 30 canciones, nos dice.

Si un iquiteño quiere disfrutar las anécdotas e interpretaciones de Malapata basta con ir a su chapana, en el mismo centro de Belén. Ahí está su propia peña, donde él es el amo y señor, como lo es en todos los escenarios que se presenta. Él tiene su propio templo de la peruanidad, de la loretaneidad. “La chapana de Malapata” se llama y a renglón seguido ha escrito “El templo de la peruanidad”. Ya sea en festivales como el FICA o en fiestas en el vecino país de Colombia ha provocado los aplausos del respetable. Como los grandes cantantes, como el cantante de los cantantes, en su barrio se alza un mural con su rostro y como no hay buena música si no existe la buena comida, todos los domingos junto a su esposa deleita con sus interpretaciones y potajes de la gastronomía regional. Sopita plecplec, ha sido una frase que cantó miles de veces, es una de sus interpretaciones más celebradas, pero la letra no le pertenece y así lo señala porque, como todo artista que se respete, no le gusta apropiarse de las creaciones ajenas.

Pero si sus interpretaciones están llenas de ocurrencias inventadas por otros, también hay de su propia cosecha. “Amor shegue” es la que más satisfacciones le ha dado y la más solicitada por el público en sus conciertos. Fue inspirada en un amor pasmado, fracasado, qué le vamos a hacer si nuestro amor fue shegue, llega a decir combinando su sentimiento con las palabras regionales que hoy ya no están en el habla popular. Cuando habla de sus canciones reitera que los riojanos, los lamistos, moyobambinos nos trajeron lo suyo, pero faltaba una creación propia, composición auténtica. Considera que llenó ese vacío, porque cantábamos solo a los limeños, donde Felipe Pinglo era el abanderado. Él añadió el sentido picaresco regional en sus canciones y acaparó la atención del público amazónico y nacional.

Hace algunos años en ese intento de difundir la historia de la música amazónica para que los jóvenes conozcan a los autores y compositores loretanos se embarcó en un proyecto que le llevó a los colegios, donde enseñaba la historia de la música, charlaba sobre música y cultura amazónica junto con Santiago Gonzáles. “Eso fue gracias a Iván Vásquez Valera que decidió contratarnos, pero ya no se hace”.

Hoy está un poco alejado de los escenarios porque las autoridades no tienen una política clara de difusión de la cultura, de la música. Como antaño, se prefiere a los foráneos, bueno fuera que sean de calidad, dice con su auténtico tono charapa. Desde candidatos las autoridades prefieren presentar en sus campañas a músicos limeños, ignorando a los de Loreto. “Los de Iquitos podemos hacer un buen espectáculo, pero traen señoritas que no saben ni expresarse y señoritos peor que las señoritas”. Jajajajajaaa. Qué buena.

Javier Isuiza, Malapata, su chapana, su barrio, sus canciones, sus interpretaciones, sus amores, sus desamores, su familia, su conocimiento, su trayectoria, todo ello se resume en una frase: amor por su tierra. Nació en Belén, en el barrio de Pijuayo Loma. Belén le ha dado todo: una vida de barrio que es su mayor inspiración, pues ahí bebió las aguas del regionalismo, de las palabras autóctonas.

Este es señoras y señores, el compositor e intérprete Javier Isuiza, Malapata. Un poquito de su vida, otro poco de su música y algo de su personalidad. Todo ese se verá hoy en la noche cuando sea el protagonista especial del espectáculo “Malapata, le canta a Iquitos” que tendrá como invitado especial a Raúl Vásquez, conocido como “el monstruo”. Ésa es otra historia.

[/et_pb_text][/et_pb_column][/et_pb_row][/et_pb_section]