Cuando veo a esos recalcitrantes antifujimoristas lanzar peroratas maquilladas contra todo lo que sea Alberto Fujimori y toda su parentela y hacerse los locos ante las barbaridades y discursos absurdos de los tres congresistas loretanos que llegaron al Parlamento alabando coyuntural y demagógicamente a todo lo que se apellide Fujimori, me viene a la mente Iván.

Cuando veo a esos indeclinables plazueleros despotricar con justa razón por las obras imperfectas que los chinos han hecho en la ciudad capital de la región Loreto debido a un proyecto necesario pero mal supervisado y pésimamente ejecutado y hacerse los locos por las torpezas arquitectónicas y de ingeniería que se cometen en torno a la Plaza 28 de julio y a la reparación de las pistas iniciadas por la autoridad edil, me viene a la mente Iván.

Cuando veo a los asesores del humo y la mermelada envueltos en la misma mediocridad de la autoridad regional y creer que han descubierto el paraíso terrenal solo por la posibilidad de manejar un poquito de presupuesto y personal y observar a los consejeros regionales un día insultar a la autoridad regional y al día siguiente alabarle con igual torpeza solo por ganarse un viajecito con la compañera/o de turno para pasar unos días de placer pasajero, me viene a la mente Iván.

Cuando veo a los pedestales adolescentes que nos ha mandado el destino pontificar sobre le oficio autotitulándose de una independencia que ni ellos se la creen o vociferar una objetividad que ya es obsoleta en cualquier escuelita primaria de la profesión y hacerse los locos ante las barbaridades que se cometen contra el oficio y la profesión, recuerdo a Iván.

¿Y por qué a Iván? Les cuento. Funcionaba el Consejo Regional de Loreto allá por los primeros años de los 90 y estaba dominado por los acciopopulistas. Por esos días se paseaba –porque su sueldo de consejero lo permitía comprarse el vehículo- en una moto nueva el profesor Iván Rengifo García, y era blanco de las más duras críticas por ello. Por ese mismo tiempo el entonces alcalde de Maynas y, por esa condición, integrante de ese consejo, Silfo Alván del Castillo se paseaba en un auto mustang deportivo de color rojo que era la envidia de los envidiosos. En plena sesión –a la que acudía con mucha dedicación a soplarme todas las intervenciones porque quería enterarme de primera mano de las expresiones de las autoridades para luego escribir alguna crónica en Kanatari- se le enrostró esa compra a Iván Rengifo. Él, que siempre fue contestatario y revoltoso, pidió la palabra y dijo algo así: Me compró una motito con el sueldo de consejero que tengo y nadie dice nada cuando El tigre compra un lujoso auto, sinceramente no entiendo a la gente, o mejor dicho, sí entiendo.

A raíz de los últimos acontecimientos he recordado con cierta sonrisa esa sesión y he dicho: el tiempo no cambia, solo los protagonistas son reemplazados.