COLUMNA: PIEDRA DE SOL

                                                                                         

   Por: Gerald  Rodríguez. N

Iquitos no deja de ser la ciudad fantástica, enigmática hermosa y atractiva de quien lo vea en los catálogos turísticos, de quien se lo imagine con tan solo tener una foto sobre ella, de quien habiéndola conocida la recuerde como un paraíso único. De que tenga algo de ficción, fantasía y magia no hay duda, ya que sus anillos espesos de arbolezca que rodean la ciudad le deja un sabor de novela fantástica, de santuario de la magia, de hábitat del sueño. Inclusive algunos se atrevieron a decir que Iquitos es toda una ciudad novelesca, o que inspira mucha fantasía, paz paradisiaca, sueño o ficción para vivir en una magia; Iquitos es el perfume de Alain Delon que se disfrutaba en París; es el paraíso perdido de León de Pinelo; Iquitos es la casa del dios del amor;  Iquitos, la devota y la pagana;  la sucia y la enigmática, así de siempre.

Pero entre todas las bondades que se puede decir sobre Iquitos para que el turista se quede a disfrutar de su magia, de su calor y de su misterio, se empaña cuando las autoridades no cumplen con su trabajo para sostener aquella magia, ya que la malísima administración que se viene dando es cada vez peor, y esto es reflejado en sus calles huecas, sucias, con un parqueo automotriz desordenado, con la delincuencia que se apodera más de las calles por la noches, con un serenazgo distrital sin funcionar como corresponde. Alcaldes quejándose que no hay Canon, que no hay dinero para mantener la magia de la ciudad, ya que el turista se asfixia con la suciedad y la basura en cada esquina del vecindario. Y es que cuando uno da un paseo por las calles, solo encuentras pequeñas montañas de basura haciendo lo que la primavera jamás haría con la ciudad y lo que la basura hace con las flores de los jardines. Y si es que la basura sale de las casas a cualquier hora es  porque ni siquiera en ellas se puede resistir su descomposición. Entonces sale a la esquina, se la deja ahí para esperar dos o tres días para que pase el deficiente sistema del carro recolector de basura y se la lleve, después que los perros y los pobres gallinazos, tantas veces maldecidos por la vecina de la esquina, arrastró las bolsas de basura y la dejó regada después de haber buscado un poco de comida.

Entonces Iquitos deja de ser mi novela limpia para ser aquella novela sucia que nunca me lo imaginé ni siquiera en pesadillas. Amo mi ciudad porque me vio nacer y me enseña como es que tengo que ser un habitante en ella, para Iquitos, mi dama vestida de negro desde que las ambiciones políticas y comerciales la vistieron así. Iquitos es un niño dentro de un corazón tenebroso, es la música que suena desde una casa del bajo Belén haciendo olvidar la  miseria de sus habitantes; es la complejidad de su gente al rechazar su identidad, al aceptar su vulgaridad por cultura y a preferir su diversión en vez de ocuparse en pensar en lo político o social, en lo económico o cultural. Estos es Iquitos y esta es su gente, personajes de una colmena ardiente, colmena a los pies de un río contaminante.