Ha sido uno de los viajes más raudos, enriquecedores, controvertidos y, sin embargo, también uno de los más inexplorados por la frágil memoria. Era octubre de 1998 y tenía pocos meses de matrimonio. Es más, Mónica ya estaba embarazada de la que sería nuestra primera y única hija. Es decir, estaba en una etapa inicial de una nueva vida en la que, se supone, se debe caminar entre dos hasta que “la muerte nos separe”. Pero la profesión siempre llama. Y, junto con cuatro periodistas, fuimos invitados a la ceremonia de suscripción del Acuerdo de Paz entre Perú y Ecuador en la capital de Brasil, Brasilia. Sólo dos cumplimos el requisito principal de poseer un pasaporte: Luis Barbarán Toullier y este columnista. Luego de las vacunas de ley y detalles menores partimos un sábado cerca de la madrugada en el vuelo “miamero” de Aeroperú hacia Lima para el día siguiente volar a la capital brasileña. También formaban parte de la delegación el sacerdote Joaquín García Sánchez y Yolanda Guzmán, integrantes del Comité de Paz y Desarrollo formado por esos días. Esa noche -26 de octubre- del viaje Iquitos ardía en llamas pero nosotros nos alejamos de esa calentura en el entendido que no pasaría de algunas horas.

Entre los pasajeros hacia Lima se encontraba un colega de nombre Beto Ortiz que en esos tiempos se desempeñaba como reportero del programa dominical “La revista dominical” tque conducía el colega Nicolás Lúcar en América Televisión. Ese domingo se emitió un informe bajo el título de “Iquitos en llamas” y donde pobladores punchaninos expresaban una frase que días después se hiciera célebre a nivel nacional: “ni un ladrillo ecuatoriano en el Amazonas”. Como nos sentamos en sillas contiguas pudimos conversar algo con Beto e intercambiar algunos pensamientos bibliográficos. Luego le volvería a ver en situaciones diferentes y diversas.

Ya en Brasilia nos ingeniamos para tratar de alquilar una cámara de video donde registráramos hecho tan histórico. Por unas horas el costo era cerca de mil dólares. Motivo suficiente para que junto a Barbarán desistiéramos de esa pretensión y nos limitáramos a asistir al Palacio de Itamaraty como simples espectadores. Mientras los demás colegas se empeñaban en sacar las mejores tomas, cubrir las diversas circunstancias y emitir la señal más transparente posible, los dos periodistas llegados de Iquitos deambulábamos por los exteriores del palacio y observábamos el trabajo de los colegas, entre los que se encontraba uno que se convertiría en mi amigo con el paso de los años. Pero en aquella oportunidad sólo alcancé a mirar de reojo: José María Salcedo, el popular Chema.

Por esos días Iquitos ardía en llamas como protesta contra el gobierno de Alberto Fujimori por el Acuerdo de Paz firmado con Ecuador. Acuerdo con el que yo estaba y estaré siempre de acuerdo y por el que tantas injurias he recibido a lo largo de los años, con atentado a la vida de mi hija y de toda mi familia. Junto a Chema, ya amigos y en la tranquilidad del Óvalo Gutierrez en Lima, recordamos ese viaje mientras leíamos las noticias sobre el apoteósico recibimiento que se dio por estos días a la hija del expresidente y quienes lanzaban insultos en 1998 hoy lanzan loas hacia doña Keiko. Así es la vida, así no debería ser la política. Pero, qué se le va hacer, así son los caminos de la vida.

LLAMADA Junto a Chema, ya amigos y en la tranquilidad del Óvalo Gutierrez en Lima, recordamos ese viaje mientras leíamos las noticias sobre el apoteósico recibimiento que se dio por estos días a la hija del expresidente y quienes lanzaban insultos en 1998 hoy lanzan loas hacia doña Keiko. Así es la vida, así no debería ser la política. Pero, qué se le va hacer, así son los caminos de la vida.