Unos la llaman Isla Bonita, otros Isla Grande. Lo que queda claro es que somos una isla. Para todos los efectos. Y como tal, desplazarnos para salir o entrar es siempre una aventura, cuando no una odisea. De hecho, que por su característica le está reservado una serie de leyendas tanto urbanas como de las otras. Y eso es que la hace maravillosa. Sobre varias de esas leyendas quiero ocuparme esta semana. La penúltima que escuché de boca de un loretano que radica fuera de Iquitos es que el presidente venezolano Hugo Chávez Frías estuvo por varios días en la ciudad. Y eso, como se podrá comprobar con facilidad, nunca sucedió.

Había llegado a una reunión de charapas que, por mi condición de periodista esperaban mi presencia, discutían qué fechas el líder del país venezolano había estado en Iquitos corriendo de la persecución que sus enemigos nacionales habían emprendido contra él y su familia. Fue de espanto decirles que uno de los presidentes más populares de la tierra de Simón Bolívar jamás pisó tierra loretana. El que sí llegó con un grupo de militares fue un hombre de confianza de Hugo Chávez que se repartieron entre el hotel Europa y el de Turistas.

Incluso un diario de circulación nacional –con la misma malicia y mala leche de siempre- publicó en portada la foto donde se apreciaba a los militares venezolanos lanzando algunas cosas a guapas mujeres que recibían los envíos con la sonrisa en los labios. Claro, como eran inquilinos precarios, no estaban autorizados a realizar movimientos como cualquier ciudadano pero se las ingeniaban para darse vueltas por las calles ya sea en moto o a pie, siempre acompañados de damas o varones.

Una leyenda que nos inventamos los que leímos “El príncipe de los caimanes” de Santiago Roncagliolo es que el escritor que hoy radica en Barcelona recorrió las calles de Iquitos antes de escribir los detalles de las fiestas en el Agricobank y las particularidades del poblador amazónico. La frase aquella que en la selva los ataúdes se pintan de verde sólo es permitida no solo en la fantasía de un novelista sino en el conocimiento del tema para inventar. Grande fue nuestra sorpresa cuando el propio Santiago nos dijo en nuestra cara pelada y entre cervezas y vinos en la casa de Gino Ceccarelli que nunca había estado en Iquitos, por lo menos no antes de llegar para presentar el libro donde hacía estas narraciones.

Así que miremos a las leyendas como son, leyendas. Y viviremos para contarlas y, también disfrutarlas.