Siempre he considerado que las industrias culturales son importantes en el desarrollo no solo por el valor artístico, pedagógico o intelectual, por la riqueza que intrínsecamente viene acompañada de la sabiduría del conocimiento, sino, fundamentalmente por la dinámica económica que aporta al mercado nacional.

Uno de los grandes temas que promotores y gestores culturales han tratado de articular es una reflexión real sobre el impacto económico de las industrias creativas.  Contra viento y marea, en una sociedad que ha consume sin darse cuenta, sin políticas de Estado y con autoridades que aún siguen ninguneando el valor real de la cultura en el progreso colectivo.

Hace unos días, se instaló la mesa de industrias creativas, iniciativa incluida dentro del Plan de Diversificación Productiva. La estrategia es interministerial, con fuerza en despachos como el Produce o el Mincul. Su misión es promover nuevas industrias con valor productivas y, claro está, el sinceramiento y adecuación normativo en el aspecto cultural.

Una de las primeras medidas que se pretende – en coordinación con la CAN y la OEI – es conocer con exactitud cuál es el aporte de las producciones culturales, en general, en todos los sectores. Es decir, un mapa estadístico preciso, que aporte al diagnóstico y  a la inversión.

El gobierno señal que el movimiento de las industrias creativas alcanza entre 1,6% y 1,8% del PBI. Sin embargo, el Centro Nacional de Planeamiento Estratégico (CEPLAN) cree que esa cifra podría llegar hasta el 2.7%, con un alcance de casi cinco mil millones de dólares en diversificación productiva. Hacia el 2021, se estima una meta óptima del 5% del PBI.

El potencial de crecimiento es mayor para el sector en la medida que se estima para el año 2021 un crecimiento de la población de la clase consumidora hasta alcanzar hasta el 49% del mercado peruano.

Según los Indicadores Unesco de Cultura para el Desarrollo (IUCD), presentados a finales del año pasado,  680 mil personas fueron empleadas en lugares vinculados con las industrias creativas, es decir, el 4.3% de la Población Económicamente Activa (PEA).

En general, las industrias creativas que mayor crecimiento han tenido en el Perú han sido el mercado editorial y, sobre todo, el cine. En el primer caso, se ha cuadruplicado la producción de obras (de 1500 en el año 2002 a casi 6000 el 2013).

En el caso cinematográfico, la producción de películas peruanas en el mismo lapso pasó de 5 a 17. Además, entre los años 2007 y 2014, el mercado de asistencia al cine se ha casi triplicado. Este año se estima que casi 40 millones de tickets se consuman en cines peruanos (de los cuales, más del 10% sean para ver películas nacionales).

Adicionalmente, un sector de increíble potencial (aún no medido en su real dimensión) es el de software (videojuegos, por ejemplo).

En medio de este panorama urgen algunas medidas. Promover una política de incentivos tributarios que fomenten el consumo. Por ejemplo, prorrogar los beneficios contemplados en la Ley del Libro o dar luz verde a una Ley de Cine moderna y equilibrada.

Pero, además, resulta urgente, crear condiciones para alianzas sostenibles y sólidas entre creadores, empresarios encargados de promover las industrias culturales y sectores privados que inviertan. La labor del Estado como coordinador y promotor es fundamental, con objetivos y reglas claras.

Sin ir muy lejos, en países donde el Estado invierte más en políticas culturales, como Argentina, Colombia y – en menor medida – Chile y Brasil, el aporte de las industrias creativas alcanza hasta el 6% del PBI.

 El número de empleos que aportan las industrias culturales es mayor que el de la minería o la industria textil, por ejemplo. El consumo ha crecido sosteniblemente. La gente consume productos culturales. El Estado tiene la grave responsabilidad de darle importancia real a un sector que dinamiza la economía y apuesta también por el otro tipo de progreso, inmaterial pero igual de valioso. Veamos.