Por: Moisés Panduro Coral

Al parecer las poblaciones indígenas son consideradas por confundidos personajes como la propiedad de alguien en particular. Es hilarante escuchar a estos petates cuestionar el diálogo que han sostenido las dirigencias indígenas con el ahora candidato presidencial Alan García, cuando debería entusiasmarnos que los representantes de estas respetables organizaciones se reúnan con los candidatos presidenciales, y no sean sólo los grandes empresarios, los potenciales inversionistas, los dueños de medios de comunicación o las centrales sindicales los que copen la agenda de los partidos con chance de ser gobierno.

Ciertamente, los trágicos sucesos de Bagua del 2009 marcan un momento relacional difícil entre Alan y varias organizaciones indígenas. Recordemos que esos hechos luctuosos han sido el resultado de una secuencia de desaciertos por parte de funcionarios de gobierno; una premeditada, infame y descarada injerencia de politiqueros irresponsables financiados por el chavismo, entonces en boga;  una campaña de desinformación bien tramada contra un par de decretos legislativos objetados; y una dependencia, subyugamiento y sumisión de ciertas dirigencias respecto de sus asesores oenegeros que se creían y se creen los dueños de la verdad en los asuntos indígenas. El resultado fue fatal: 9 comuneros indígenas y 25 policías perdieron la vida, dejando familias enlutadas, dolor y tristeza que se recordará por muchos años.

Todo indica que las nuevas dirigencias indígenas han asimilado las durísimas lecciones de Bagua, y doy por sentado que los funcionarios del segundo gobierno de Alan, también. Por eso, los primeros buscan el entendimiento, mientras que los segundos son mucho más perceptivos y receptivos a las objeciones o demandas que los pueblos originarios pueden y deben hacer a sus gobiernos, en el marco del respeto y la tolerancia democrática. Los apristas jamás podríamos estar enfrentados con ningún segmento social representativo del pueblo peruano, porque somos parte sustantiva de él, somos la expresión política del frente único de clases que lucha por justicia social, paz, pan y libertad.

Quienes no han asimilado, ni han entendido, ni han cambiado nada son los oenegeros  y los politiqueros que incitaron a la violencia en aquel negro junio, muchos de ellos embarcados en la aventura humalista que, como todos sabemos, está terminando en un estrepitoso fracaso. Siguen creyendo que las organizaciones y poblaciones indígenas son de su propiedad. Se irrogan excluyentemente su vocería y actúan tal cual si fueran sus regentes. Nadie más puede hablar, encauzar o interpretar los reclamos indígenas si no son ellos. Ninguna organización o dirigente indígena puede dialogar si no tiene el visto bueno de sus asesores, ni menos exponer demandas a un candidato o personaje público si éstos no son de sus gustos y simpatías.

Menos mal que esa especie de “coto privado” está llegando a su fin. Los dirigentes indígenas están despercudiéndose de la manipulación a la que les han sometido durante décadas los interesados en mantenerlos adrede en la pobreza y en la marginación, reconstruyen de a pocos su autonomía organizacional, replantean su discurso, y regresan a sus propósitos auténticos que son la defensa de la vida, la tierra y el ambiente, distantes del mercantilismo, la politiquería y la hipocresía de tinterillos, violentistas y ambientalistas virginales.

Aún falta avanzar varios trechos, lo apreciable es que el nivel de conciencia va creciendo. La liberación de las organizaciones indígenas del cautiverio oenegero será uno de los signos de nuestro tiempo.