En catalán Illa Gran quiere decir Isla Grande, sí, como el condado literario en plena floresta peruana. En ese espeso mar verde donde la memoria se pierde en la bruma del bosque y de las aguas de los ríos. Mientras que Illa Gran, Mallorca, está rodeado del azul color del Mediterráneo. En estos días después de fin de año era propicio para cambiar de tiempo y de aires, fuimos a Palma de Mallorca. Nos seducía la isla para dejar el frío madrileño. La partida fue muy temprana que me tomé dos tazas de café para reanimarme antes de entrar al avión, andaba somnoliento. Alguien decía que no importaba el destino sino el viaje en sí mismo. Esta vez a diferencia de otros viajes no iba con un guión definido, era un poco a dejarse llevar por los caminos. Llegamos con sol a la capital de las Islas Baleares, el primer día recorrimos el centro histórico y alrededores, el color de la catedral impregna en toda la ciudad. Fue una larguísima caminata en medio de tantos edificios con historia. El primer día era sumergirnos en la ciudad y los siguientes teníamos pensado salir de ella, siempre en transporte público. En el zurrón del viaje había metido un libro de Fernando Pessoa y de Étiene de La Boétie. Pessoa es un gran escritor portugués y La Boétie un  pensador francés cuyo texto “Discurso de la servidumbre voluntaria“adquiere por estos tiempos mucha importancia, obliga a no ser rebaño de cara al poder, en una síntesis muy apretada y burda de su manuscrito. En medio de esa caminata llegamos al paseo marítimo que es muy largo que está acompañado, en paralelo, de una ruta para bicicleta – la bicicleta todavía no encaja en el diseño urbano que está más pensado en los coches y, de paso, los que montan las bicicletas tienen poco civismo con las personas de a pie, son tan violentos que pueden atropellarte. Así sentados en una banca por el paseo marítimo me sentía como un intruso que irrumpe en el tiempo y pensamientos de isla grande ¿mis tiempos, mis preocupaciones son los de la isla? Me preguntaba si podía intuir los mares de fondo de la ciudad, son los límites del viaje de pocos días, me respondía mirando una estatua de Ramón Llull cerca del puerto. Me sacudía de preguntas luego de perdernos en las calles de una antigua judería, es un ejercicio que hay que hacerlo porque aguzas los sentidos.

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