Casi al mismo tiempo del viaje a Mallorca coincidía con la puesta en escena de la impunidad organizada por el actual presidente de Perú, concedía un indulto humanitario al expresidente Alberto Fujimori (los delitos por el que fueron sentenciados fue de crímenes de lesa humanidad y corrupción), para una parte de los peruanos y peruanas, casi la mitad, este indulto es un insulto. Confieso que la decisión poco responsable y propia de una negociación cicatera, de espaldas a las víctimas de la violencia terrorista que enlodó al país en los años ochenta y noventa y a la ciudadanía de la torpe representación hecha por la clase política. Con esas refriegas personales paseaba por las calles del puerto de Mallorca. Eran caminatas de varias horas hasta que los pies punzaran de tanto cansancio. Al segundo día decidimos ir a Port de Sóller, tuvimos que ir en bus (retando a los mareos que me acorralan en estos viajes de curvas) porque el tren estaba con las reparaciones de las vías, aprovechando la temporada baja, nos dijeron. El bus salía cada hora de la estación intermodal. Esperamos mientras leía, como podía, a De la Boétié. El viaje fue alrededor de veinte minutos y nos bajamos en el mismo puerto. En el Port de Sóller no había muchos turistas, dicen que en verano esto está a rebozar. Caminamos por la playa, unas gaviotas revoloteaban a lo lejos. Se divisaba un faro en plena montaña, uno de mis próximos destinos será visitar un faro, me digo, me seduce la sensación del faro como guía en plena noche y con una tempestad encima. En la playa hay mucho sosiego. El sol salía a ratos. La idea era subirnos a un tranvía que hace el recorrido del puerto a la ciudad de Sóller. El camino en tranvía es un viaje en el tiempo, de ese tiempo de revistas de folios amarillentos, de gran nostalgia, de una buena taza de café para acompañar una sana tertulia. Así que lo hicimos y la gracia de revivir esos momentos en el tranvía fue de quince minutos o menos (por un billete en este tranvía te puedes comprar tres en el autobús). Vas pasando por huertos con los árboles de naranjos y limones muy cargados de frutos, a lo lejos se observa el perfil de la sierra de Tramontana que le da un gran espectáculo visual. Era la hora de almorzar y nos quedamos en el pueblo, la iglesia es una postal arquitectónica. Luego de comer enrumbamos a la estación de autobuses. Y otra vez de vuelta a Palma de Mallorca a caminar por calles de Jaume III, Passeig des Born, la Plaza de la Reina, las ramblas, husmear los mercadillos. No tengo la sensación de estar en una isla; en cambio en Isla Grande, en la floresta de Perú, pienso que el mar verde nos puede engullir. Antes de llegar al hotel nos sentamos a tomar un té con una ensaimada y a hablar de las impresiones del viaje.

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