Impactante, casi farandulera ceremonia de asunción de mando de nuevas autoridades tuvimos en Iquitos, un par de semanas atrás. Con alfombra roja, como si de un avant premiere se tratara.

Un día antes, el seminario San Agustín se incendiaba, en medio de una cadena de responsabilidades, negligencias y complicidades. Parte de la historia contemporánea de Iquitos era devorada por el fuego y por un sistema nefasto que parece haber confinado a la ciudad a la anarquía y el caos.

El seminario, y la Iglesia de la Consolación probablemente eran uno de los espacios religiosos culturales más icónicos. Cada postal que vemos del malecón Tarapacá, cada momento cumbre que se ha generado dentro de su seno es una postal del tiempo.

Pero, un día, dejamos que un grupo improvisado de personas pusieran un espacio improvisado de estantes, y se colocaran conexiones clandestinas, y se colocara material inflamable y, claro, las autoridades municipales, empezando por los líderes, se hicieron los locos y permitieron que esto crezca. Defensa Civil se quedó callada y, pum, una noche todo salió mal.

(Lo único real es que eso que pasó era inevitable. Iba a a suceder. Crónica de una destrucción anunciada)

Recordemos: lo que no se hizo para evitar esa bomba de tiempo también es delito por omisión.

Pero, eso, a cierta gente, parace que les importa un comino. Un espacio donde la cultura, el arte y el pasado muestra belleza y esplendor, simplemente sigue dejando que todo se malogre, se dañe, se haga mierda.

(Siento como si en verdad, a propósito, dejáramos que la ciudad se desintegre en medio de la basura infecta, de las arterias averiadas, del ruido ensordecedor)

Me parece simple la cosa: Iquitos no tiene autoridad. No ha decidido tener una política cultural. Ni antes, ni ahora. Pero sobre todo no hay una actitud enérgica de ejercer autoridad.

A los políticos de mentira viene cualquiera y los ataranta. Un día, alguien quiere tirarse abajo una medida que es buena para todos, pero afecta algún interés particular. Este interés particular va, habla, persuade o presiona y chantajea y la autoridad se tirá para atrás. Entramos en un círculo vicioso que promueve la decadencia.

¿Van a cambiar las cosas? Yo dudo. No he visto ningún plan de gobierno medianamente constituido al respecto. No he sentido deseo ni voluntad de convocar. Quisiera equivocarme, en todo caso.

Pero, mi reflexión es concreta: ¿Esperaremos que se incendie también, algún día, el Hotel Palace o la Casa de Fierro para recién empezar a reaccionar? Hay tantas bombas de tiempo en varios puntos que ya hasta da miedo el mero hecho de enumerarlas.

Lo interesante es que quizás sí podemos los ciudadanos reclamar y fiscalizar. La cultura no es una dádiva ni sus acciones son una gracia que un político le da a un pueblo. Es un derecho de este último y, como tal, debe exigirlo.

En «El Caballero de la Noche», Michael Caine, haciendo del mayordomo Alfred, le dice a Bruce Wayne: «Hay gente que solo quiere ver arder al mundo». El convento San Agustín vaya que ardió. Vaya que estaba cantado. Y aún así, nadie movió un dedo para evitarlo. Ardió, se pulverizó, se convirtió en escombros. Como tantas manifestaciones de cultura en la ciudad. Como el Palacio Municipal de la Plaza de Armas. Con la mirada hacia otros lados de quienes debían preverlo.

La farandulización de la política nos ha llevado a olvidarnos de la memoria. A verla arder, como cualquier traste inservible que se deja en el basurero de la historia. A eso hemos llegado.

Llamada

A los políticos de mentira viene cualquiera y los ataranta. Un día, alguien quiere tirarse abajo una medida que es buena para todos, pero afecta algún interés particular. Este interés particular va, habla, persuade o presiona y chantajea y la autoridad se tirá para atrás. Entramos en un círculo vicioso que promueve la decadencia.