En la soledad de esta habitación pienso que el mejor homenaje para Yevtushenko será difundir su poesía rebelde e inconforme y luchar, luchar, para ser cada día mejor ser humano, quizá porque ese era su sentimiento más intrínseco.

Ha muerto el poeta ruso Yevgueni Yevtushenko. A los 85 años su corazón pletórico de humanidad dejó de latir. Quienes nos asombramos con su poesía directa y fresca lo sentiremos quizá más que otros. Tuve la oportunidad de conocerlo y tomarle algunas fotos en abril de 2016, en el marco del III Festival Internacional de Poesía de Lima – FIPLIMA, mientras leía su poesía con ese acento de ruso hablando español, como si le castañearan las palabras con la fuerte pronunciación de la erre como la de un camión que arremete contra una vía llena de fango. Fue uno de los invitados de lujo de este evento que por el bien y el desarrollo del país debe continuar.

En uno de los actos del Festival estuve sentado junto a él, solo separado por no sé si por su hija o nieta (una muchacha rubia y joven que lo apoyaba en todo momento), quien me preguntó de qué país era (había poetas invitados de Colombia, Bolivia, Ecuador, Brasil, etc.). Ella le transmitió que era peruano y de la selva, él me miro y sonrío con una sonrisa amable y habló algo que no logré comprender por la vibrante presentación musical de Zejo Cortéz y Enrique Mesías, en ese momento. Victor Raul Miranda Rojas, compañero de luchas eternas por las causas justas me envío la noticia de su deceso en un diario que circulaba por las redes de la internet. La noticia dio la vuelta al mundo.

En la soledad de esta habitación pienso que el mejor homenaje para Yevtushenko será difundir su poesía rebelde e inconforme y luchar, luchar, para ser cada día mejor ser humano, quizá porque ese era su sentimiento más intrínseco.

El último de sus libros que leí fue “Dora franco. Una confesión tardía”, gracias a la gentileza del poeta Renato Sandoval, quien me envió el texto hasta la cálida ciudad de Iquitos, en el Perú. El amor por Dora Franco ronda todo el libro y está escrito en su travesía de viaje por la Amazonia peruana y colombiana. ¿Dora Franco? ¿Y quién es ella? El mismo poeta nos lo explica en una entrevista para un diario: “La encontré por primera vez en 1968 en Colombia durante mi viaje de seis meses a América Latina bajo la invitación del poeta nadaísta Gonzalo Arango. Dora me acompañó durante la gira poética en Colombia. Cuando fui a los Estados Unidos, Salvador Dalí, después de saber que Dora y yo nos habíamos vuelto íntimos, la invitó, para darme una sorpresa, a una cena en mi honor en el Ritz de Nueva York, pagándole el billete de ida y vuelta desde Colombia. Durante la cena, sin embargo, tuve una fuerte diferencia con Dalí – después descrita en el poema Bajo la piel de la Estatua de la Libertad-, cuando el poeta español alzó la copa para brindar en honor de Stalin y de Hitler, definiéndolos como «grandes surrealistas». Después Dora se casó y se fue a los Estados Unidos pero enseguida regresó a Colombia donde crió sola a su hijo. Nos reencontramos y reconciliamos algunos años después en Panamá y nos dejamos de nuevo; esta vez como amigos. Ahora fotógrafa profesional, Dora vive entre Miami y Colombia. En 2009, después de otros cuarenta años, nos volvimos a ver en el Festival Internacional de Poesía de Medellín donde yo hice un recital y ella mostró sus fotografías. Siempre bellísima, fascinante y buena, como si no hubiera pasado todo este tiempo. Un caso raro como el de Sofía Loren”.

Adiós, maestro. Ahora queda tu poesía como uno de los más grandes en el planeta. Y estas fotos en donde apenas pude apretar el disparador de mi moderna, y poco comprensible, máquina fotográfica, por la emoción de tenerte enfrente, colosal, magnífico, extraordinario.

Fotografias: Carlos reyes