Caminar por la plaza más grande  de América Latina y apreciar las figuras de quienes entregaron su vida por mejorar la calidad de vida de los cubanos es una experiencia a veces desconcertante cuando no apabullante. Uno se siente pequeño. No empequeñecido, que es diferente. Pero al recorrerla es inevitable soñar. Sí, soñar.

Había llegado a La Habana cuando hablar de revolución socialista todavía era el tema excluyente en las esferas oficiales. Actualmente me indican que ya no es así. Y prometí volver con el poeta Percy Vílchez antes que comenzara la incursión norteamericana, ya no con tropas ni con intentos de asesinato al comandante jefe de la revolución. Sino con la diplomacia que ni siquiera Henry Kissinger había imaginado. De la manera más pacífica posible, tal como se nota en estos días.

Llegamos con el autor de “El andante de Yarinacocha” para presentar la exposición sobre la época del caucho y vaya que se armó la misma con un profesionalismo que la experiencia de los curadores lo demostraba. En menos de dos días ya todo estaba listo para la inauguración. Simétricamente colocados. Temáticamente colgados. Las fotografías lucían con el esplendor que la reproducción y las tomas iniciales proporcionaba. Se inauguró de la mejor manera posible. Para ello colaboraron las trabajadoras de la Embajada peruana.

Pero más allá de la actividad que nos llevó a la isla estaba el deseo de recorrer sus calles, tomar los tragos más exóticos que se pueda, bailar si era necesario y, sobretodo, conversar con el poeta loretano sobre lo que habían sido esas calles, esas casonas y esas plazas antes, durante y lo que serán después de la revolución. Caminar por la plaza más grande  de América Latina y apreciar las figuras de quienes entregaron su vida por mejorar la calidad de vida de los cubanos es una experiencia a veces desconcertante cuando no apabullante. Uno se siente pequeño. No empequeñecido, que es diferente. Pero al recorrerla es inevitable soñar. Sí, soñar.

Soñar con un mundo donde la igualdad sea una vivencia concreta. Donde la equidad sea la regla, no la excepción. Cuba, los cubanos mejor decir eran la comprobación exacta que un pueblo puede vivir con dignidad. Y en la pobreza mantener la sonrisa. Alegrarse como la humanidad permite y creer en los santos como una expresión de la religiosidad popular. Ése sueño era posible en la Cuba que disfruté con el poeta Percy Vílchez Vela. Ya no es lo mismo, me dicen. Ya nunca será lo mismo. Porque el capitalismo ha ingresado con todas sus fuerzas y, también, con sus debilidades. ¿A qué vienen estos recuerdos?

A que mientras en Perú una entrada para ver las locuras fenomenales de Mick Jagger y su grupo cuesta en promedio entre 300 y 1,000 dólares se ha anunciado que en la isla se dará un concierto gratuito. Y para Jagger y compañía será un honor cantar para el pueblo cubano. Porque en la tierra de Fidel la música todavía puede ser gratis como lo es la sonrisa de los cubanos, perdón, perdón, también de las cubanas.