Cada cumpleaños de Gabriel García Márquez es motivo de polémica. Que ya lo celebra en estricto privado rodeado de esposa, hijos y nietos y algunos amigos demasiado íntimos que ni siquiera publican fotos. Que ya las celebraciones no son como en Barranquilla donde brindaba en los burdeles más humildes que siempre terminan siendo los más decentes. Que en Cartagena de Indias lo hace en estos tiempos otoñales como si fuera un patriarca que no reclama más atención que la de sus propios seres queridos. Que en Ciudad de México aún recuerdan las celebraciones modestas cuando la fama no era tal y bastaba un bizcocho con una vela en el centro para los deseos convencionales. Que en La Habana no son pocos los que cuentan las vagabundeadas que se daba el famoso escritor con el mejor ron de la isla.

Siempre habrá momento para que esta celebración también sea nuestra y agradezcamos a los dioses que por más retirado que se encuentre siempre caerán flores amarillas en el ambiente. Que las estirpes condenadas a cien años de soledad siempre tendrán una segunda y tercera oportunidad en la tierra. Que todos nos sentimos nietos tocados por la divina providencia con un abuelo como el que deslumbró al mozalbete en Aracataca hasta la creación de ser Macondo tan fecundo como real maravilloso. Que las generaciones futuras tendrán que agradecer al Caribe el haber albergado en sus costas tantas experiencias que el joven luego lo transformo en universal a punta de escritura y más escritura.

Que si uno u otro libro es el mejor que ha escrito es de una discusión lúdica porque estoy seguro que hasta las dedicatorias más escuetas son joyas literarias que cualquier lector quisiera tener en su biblioteca. Tenemos mucho que agradecer a Gabriel García Márquez, Gabo o Gabito según sea el caso. Por su imaginación y constancia. Por su humildad y desprendimiento. Por ser humano entre los seres humanos, que no es poca cosa. Su cumpleaños siempre será universal como su literatura y porque con él y en él se resume toda una vida dedicada a la creación.