Primer acto: Ella era profesora de aula en el Colegio Sagrado Corazón y yo, sobrino menor del menor de sus cuñados, acudía los fines de semana a jugar y aprender de todo un poco. Ella jugaba con nosotros poniendo toda su pedagogía en los juegos que educaban en la ampliación de conocimientos. Las visitas coincidían con los domingos de matinal en el cine Bolognesi donde exhibían filmes de Mario Moreno Cantinflas. Ella nos acompañaba hasta la puerta del cine no por desconfianza sino por ese espíritu maternal y docente que impregnaba a todas sus acciones. Esa es la imagen que mi infancia conserva de ella: pedagoga con todas las letras del abecedario.

Segundo acto: Ella era la primera directora seglar del mejor colegio de mujeres de Iquitos y se encargaba de recordárselo a todos, especialmente a ese joven periodista que hacía sus pinitos en la publicación católica que ella recibía todos los domingos con tanta precisión como asistía a las misas. No era de aquellas que aceptaba a pie puntillas los dictados arbitrarios de la jerarquía católica y eso, a mí entender, la hacía más católica que las demás que siempre creyeron que alcanzaban la salvación eterna rindiendo pleitesía a los jerarcas locales. Y esa, tal vez, fue una de sus mejores enseñanzas: no bajar la cabeza ante nadie siempre y cuando se creyera en lo que estabas haciendo.

Tercer acto: Entro al Colegio Sagrado Corazón un viernes en la noche como ella lo hacía innumerables veces para asistir a las veladas de su institución. Miro su féretro y lanzó una plegaria. Miro su foto y lanzó otra plegaria. Miro el texto que acompaña a su foto y leo lo que siempre repitió: primera directora seglar. Y fue la primera directora para todos. Por lo menos para los sobrinos de mi generación. No quise ver su rostro en el ataúd por cosas que no vienen al caso. Pero creo que siempre su rostro estará en mi mente no sólo por los recuerdos que guardo de ella sino por una característica que mi hermana Silvia se encargó de recordar ya enterada de su muerte: cuando notaba que algo hacías mal no dudaba en llamarte para recomendarte que no lo hicieras.

Estos caminos de la vida que cada semana trato de reflejar tienen mucho de ella. Y, creo, eso la inmortaliza en una familia donde la docencia ha acompañado a sus integrantes donde ella siempre ocupará uno de los primeros lugares. Goyita, como la llamaba el amor de su vida Antonio, siempre estará en la mente de quienes la conocimos y recibimos sus enseñanzas.

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