ESCRIBE: Jaime Vásquez Valcárcel

Todavía está en mi mente. O, mejor dicho, nunca se borrará de mi mente. Aquella noche en la que el equipito de “Los seis diablos” perdió aparatosamente por goleada ante el equipo infantil de Alianza Lima en el coliseo cerrado de Iquitos. Por ahí que alguna fotografía de aquella noche donde los aliancistas nos metieron 9 goles y nosotros tan solo uno. Pero esa derrota para mí fue un triunfo imperecedero. Indeleble en la mente. Porque a pesar de mis cerca de diez años ya percibía que la vida no sería fácil. Que a cada instante se colocan los obstáculos y a cada uno de ellos hay que sortearlos. Con constancia, sagacidad y fair play. De esos amigos de infancia no frecuento a ninguno. A uno que otro lo veo por algunos caminos en los que la vida nos hace coincidir.

Ya han pasado 38 años de esa noche y todavía cuando alguna que otra noche cierro los ojos para conciliar el sueño veo con claridad las graderías del coliseo totalmente abarrotado. La mayoría alentándonos a pesar de la goleada. Toda la familia gritando para motivar al equipo del barrio que se convirtió –por lo menos en esa noche- en el de la ciudad. Las adolescentes tiernas gritando por cualquier cosa o por cualquiera de nosotros. Los contemporáneos vociferando que tenemos que ganar. Los rivales de ayer convertidos en los barristas eventuales porque ya no jugaba el equipo sino la ciudad. El fulbito también puede unir a los pueblos.

Cada vez que se ponen difíciles las cosas recuerdo esa noche. Porque la tengo como de unión familiar. De fraternidad. De todos a una. De coliseo lleno y de bolsillos enclenques. De dicha ante la adversidad. De fin de un capítulo para iniciar otro. Porque esa es la vida. De inicios y finales. De amaneceres provechosos para anocheceres dichosos. O a la inversa. El corsi y ricorsi de la historia.

Por eso, a pesar que fue un  9 a 1 en contra de los diablitos la tengo como un triunfo. Porque quien no hace de las derrotas un éxito está sumido en el fracaso permanente. Hoy, alejado del mundanal ruido del Iquitos que nunca dejaré, se ha venido en la capital de la República vespertinamente a mi mente esa noche de goleada en contra nuestra que desde esa misma noche de un marzo que aún llevo en el recuerdo se convirtió en éxito.