En los primeros meses del año 1990 un ingeniero recorría el país con el lema “Honradez, tecnología y trabajo”. Mientras que un laureado escritor se empeñaba en explicar que se necesitaba una revolución con reglas de juego democráticas claras. En los primeros meses del año 2000 un economista recorría el Perú prometiendo que mejoraría la condición de vida de los peruanos y se enfrentaba a lo que llamaba “uno de los gobiernos más corruptos de la historia del Perú”. Mientras que un ingeniero viajaba por todas las capitales de provincia empeñado en mantenerse en el poder porque creía que nadie más que él podía asegurar la permanencia de políticas en la Economía y seguridad que habían sacado al país de una recesión terrible y un saldo de muertes producidos por el terrorismos que algunos llamaban subversión. En el 2006 un abogado fue premiado nuevamente con la Presidencia de la República a pesar que dos décadas atrás había dejado el poder con acusaciones fundadas de mal uso del dinero público y sumido al país en una crisis económica que, los entendidos señalaban, no se había vivido jamás en el Perú.

En los primeros meses de ese lejano año de 1990 el ingeniero Alberto Fujimori convocaba a la mayoría de peruanos y loretanos que, como siempre, sabíamos lo que no queríamos pero no sabíamos lo que era lo mejor para la patria. En el 2001 la mayoría de peruanos nos tapamos los ojos no con el ingeniero Alberto Fujimori sino con el economista Alejandro Toledo. Del primero ya sabíamos lo que había hecho en el país. Del segundo sabíamos que mentía sistemáticamente y que se había pasado de copas y otras cosas más en un hotel de “mediana calidad” en Lima y que había admitido que del millón de dólares que le confío el empresario Soros desde Estados Unidos para la campaña donde debía derrotar a la dictadura había depositado a través de su sobrino Koki la mitad de ese dinero en una cuenta extranjera como garantía como un “fondo de contingencia”.

Casi tres décadas después ¿cuál es la noticia que sobresale en los medios de comunicación? ¿No es acaso más de lo mismo y que parece un capítulo no escrito de la historia de la corrupción en el Perú de Alfonso Quiroz? Ante los hechos pasados de los 80 para adelante es válido preguntarse: ¿Dentro de treinta años, es decir, después del bicentenario, seguiremos ocupándonos de lo mismo y con los mismos? Lo más probable es que sí. Y esa respuesta afirmativa no es consecuencia del pesimismo sino de la realidad. Y, en esos años como hoy, diremos a nuestros nietos: fue ayer y sí me acuerdo.