Este frío del otoño, que parece de invierno, es un buen tiempo para leer, es más, lo celebro. Mi madre me mira y dice ¿cómo te puede gustar el frío si eres un bípedo del trópico húmedo? Me concentro mejor en las lecturas. Me tomó una taza de té caliente y sigo. No sé, pienso que en esta estación brotan mejor las ideas. Dan aliento para proyectos, ilusiones. Por este lado del hemisferio siento que el tiempo no es lineal. Cada uno tiene su peso. Cada estación pinta el paisaje de un color. El predominante color naranja del otoño es lo que más me queda en la retina, al igual que las desnudas ramas de los árboles. Es más, cada que puedo hago un clic a este paisaje de las ramas de los árboles. En el palustre el mejor tiempo para leer son los meses de lluvia, refrescan el ambiente – los tiempos de verano es de resistencia, hay que buscar la manera de leer; si es en Isla Grande aparte del calor la bulla te puede enloquecer, muchos piensan que soy un chiflado por insistir en la batahola tropical, pero es cierto. Pero la lluvia en la maraña casi siempre indica cambio. Leía en un libro sobre los bosques que decía que un día de lluvia dentro de la floresta es de lo más alucinante. Todo se mueve, cambia, engaña, se hace más real. Los que hemos vivido esa experiencia indescriptible dentro del bosque podemos dar fe de ello. Como suena el bosque, la fauna que aparece y desaparece. Los árboles parecen que caminaran. No hay nada quieto, es la mejor demostración de la dialéctica del marjal – hasta los mitos mudan sus coordenadas y se hacen universales como los colores del arco iris o las escamas de los karuaras. Los ríos engrosan sus aguas – casi siempre evoco a las aguas negras del Samiria, del Nanay de mi infancia o del impresionante río Negro a las orillas de Manaos, desde el aire las aguas del río, la ciudad y la floresta es un digno espectáculo. El frío o la lluvia sacan lo mejor de nosotros.

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