¿Cómo le entendemos a Fidel Castro? ¿Leemos a Gabriel García Márquez, Premio Nobel de Literatura 1982 que se hizo su amigo hasta la eternidad y salvó más de 3 mil vidas por ello? ¿Leemos a Mario Vargas Llosa, Premio Nobel de Literatura 2010, que se hizo su amigo y luego su enemigo hasta el punto de sentenciarlo al afirmar que la historia no lo absolverá? ¿Al joven con barba que en Bogotá vió que la revolución socialista era posible y emprendió esa gesta que le duró hasta el último respiro? ¿Al adolescente que en alguna habitación de Ciudad de México exponía la teoría y la acción de lucha de un verdadero socialista y dio el paso de la teoría a la práctica con una convicción que ya quisiéramos contagie a los nuestros? ¿Al líder de la revolución que decidía sobre la vida de quienes por ambición o por naturaleza traicionaban los ideales que él creía los correctos? ¿Al comandante que vestido de verde olivo despotricaba del catolicismo y expresaba las palabras más duras contra esa jerarquía romana que decía combatir el poder pero defendía y protegía a los poderosos? ¿Al longevo referente de la revolución más exitosa del mundo que recibía la visita del Papa Francisco en los últimos días de su vida? ¿Con las expresiones de esos cubanos que enterados de su muerte salieron a las calles de Miami a celebrar su deceso? ¿Con el rostro compungido de miles de cubanos que lloran su muerte y extrañarán sus discursos motivadores y totalizadores?

¿Cómo entendemos a Fidel? Díganme. Carlos Reyes, dígame usted. Paco Bardales, dígame usted. Miguel Donayre, dígame usted. Díganme los cubanos exiliados. Los que tuvieron que arriesgar su vida para sentirse libres. Los que se quedaban en la isla porque comprendían que la vida es una cuestión de dignidad. Los que se iban a pelear por otros pueblos en Angola, tan lejos de la isla. Los que salían de La Habana hacia congresos internacionales y regresaban porque sentían que tenían que trabajar por la revolución. Los miles de médicos que en todo el mundo ponen en práctica lo aprendido en La Habana. ¿A quiénes acudo en estos momentos de intenso dolor?

Duelen los muertos que tuvo que cargar la revolución desde que comenzó su gesta. Claro que sí ¿Hay alguna revolución que no cargue con muertos propios y ajenos? Y alegra las vidas que salvó a través de los miles de voluntarios esparcidos a lo largo del mundo. En Iquitos, ¿acaso no recibimos la ayuda solidaria de médicos cubanos con los que vencimos el dengue cuando ya nos sentíamos derrotados? Por eso, en calles y plazas de La Habana, Matanzas, Varadero o el pueblo más alejado de la capital una verdad es evidente: la solidaridad del pueblo cubano. Que está más allá de las decisiones gubernamentales. Cuando el cubano común y corriente se enteraba que un pueblo necesitaba ayuda era capaz de entregar lo poco que tenía. Literal.

Esa gente -como reconoce Álvarez Rodrich- cálida, alegre y solidaria siempre defendió el proceso. Ese bloqueo inhumano solo fue posible soportarlo porque la gente defendía el sistema. Está bien, pues sería necio negarlo, los cubanos convivieron con la eliminación de elecciones, libertad de expresión mutilada, feroz persecución y hasta muerte de homosexuales, arresto para quienes pensaban distinto, intelectuales buscados -tal como narra Beto Ortiz sobre Reynaldo Arena- y condenados a matarse y la preponderancia del Partido Único. Todo eso a cambio de beneficios como altos estándares de educación y salud. A Fidel se lo podrá mirar y juzgar desde el ángulo que se quiera. Pero las pinceladas de su gente que llevo en el recuerdo son imborrables. La alegría en sus rostros, la espontaneidad de los bailes, la putería en sus calles, si quieren o, para decirlo de manera distinta, la manera sincera de ejercer ese oficio que otras sociedades maquillan. Las funciones de teatro gratuitas diarias, las colas para comprar un helado desabrido, la lentitud de la conexión a internet, las peripecias para lograr una tarjeta que te conecte al mundo, la facilidad con que un cajero automático entrega el dinero del imperialismo, la precariedad del transporte público, la eliminación del analfabetismo, la exportación de conocimiento en Medicina, la aparición de deportistas campeones olímpicos, la desaparición de enemigos de la revolución. Como ustedes lo prefieran.

Tenemos mucho que aprender de los cubanos. En gobernabilidad y ciudadanía. Ya será responsabilidad nuestra discernir entre lo bueno y lo malo. Finalmente, demócratas del mundo ¿qué prefieren? ¿Un Donald Trump elegido por los norteamericanos o un Fidel Castro elegido por el Comité Central del Partido Comunista Cubano? Las interrogantes siempre estarán abiertas cuando haya que tratar sobre la revolución cubana y la presencia de Fidel en ella.