Escribe: José Rodríguez Siguas

 Los mandatarios soviético y cubano, Nikita Khruschev (d) y Fidel Castro sonríen mientras levantan sus brazos cogidos de la mano
Los mandatarios soviético y cubano, Nikita Khruschev (d) y Fidel Castro sonríen mientras levantan sus brazos cogidos de la mano

El 25 de noviembre murió Fidel Castro Ruz (1926-2016), político cubano, aclamado, vilipendiado, querido, odiado, como sea, todos hablan de él.

El de Fidel es un caso extraordinario, pudo convertir un país pequeño en un ejemplo de dignidad frente al imperio genocida. Sufrió muchos atentados, pero de todos ellos salió ileso, por lo mismo tuvo que castigar a los traidores (vean nomás cómo Pinochet traicionó a Salvador Allende), sino lo hacía, su muerte se hubiera dado ya hace mucho tiempo.

Es curioso que la primera crisis del gobierno de Fidel no haya llegado desde lo político o militar (nunca pudieron con él, se los repito), sino desde el lado intelectual, y que su mayor crítico haya sido un peruano, que en sus inicios fue un fervoroso defensor de la Revolución (lo mismo hizo con Velasco), quien además militó en una célula comunista de nombre Cahuide (donde militaba, nada más y nada menos que, don Isaac Humala, papá de Ollanta), sí estimado lector, me refiero a Mario Vargas Llosa.

La punta del iceberg es una carta fechada en París el 20 de mayo de 1971 (carta que redactó el mismísimo Mario), en donde intelectuales de distintos países le hacen llegar a Fidel Castro su malestar por el trato que recibió el poeta cubano Heberto Padilla: una autocrítica forzosa, según la prensa de entonces después de estar recluido en los calabozos de la policía. Dentro de los firmantes estuvieron, entre ellos el ya citado MVLl y otros: Ítalo Calvino, Carlos Fuentes, Simone de Beauvoir, Rodolfo Hinostroza, Pier Paolo Pasolini, José Emilio Pacheco, Juan Rulfo, Jean-Paul Sartre…

Quien no firmó la carta fue Gabriel García Márquez (Julio Cortázar tampoco lo hizo, es más, el argentino escribió una carta en paralelo, mucho más conciliador). Es oportuno recordar que Gabo fue uno de los pocos que apoyó la Revolución Cubana hasta sus últimos días (Vargas Llosa en su intervención en el PEN celebrado en USA a mediados de los ochenta, lo llamó “cortesana de Fidel”, no le bastó en darle un puñetazo al Gabo en los setenta). Gabriel García Márquez, aún con ciertas discrepancias, fue un embajador del gobierno cubano, una coherencia que se respetará por siempre.

Entre los años 2003 y 2005, el periodista de “Le Monde Diplomatique” Ignacio Ramonet le hizo una larga entrevista a Fidel Castro, que fue reproducido en diferentes formatos, que lleva por título “Cien horas con Fidel”, documento indispensable para conocer el pensamiento de Fidel Castro (pero curiosamente en dicha entrevista no se tocó el caso Padilla). Ante una de las preguntas de Ignacio por los críticos que tiene, Fidel responde con mucha firmeza para darnos luces, del porqué la Revolución no sucumbió con él: “Esa gente tiende a personalizar en uno, como si el pueblo no existiera. Existe un solo líder. Los millones que luchan, que la defendieron; los cientos de miles de médicos, de profesionales; los que cultivan, producen, estudian, esos no existen. Solo existe un tipo malísimo que se llama Castro, que piensa en medidas para que la gente tenga cultura”. Sí pues mucho se ha criticado a Fidel, y jamás van a reconocer la lucha del pueblo cubano, aun así jamás pudieron con él. ¡Hasta siempre, Comandante!

P.D. Esto me dice mi cuñado cubano: “Fui visitar una escuela de Belén. Había un niño sin zapatos, y otros en chancletas (sandalias), eso no vas a ver en ninguna escuela cubana, en ninguna”.