Escribe: Carlos Reyes Ramírez*

 Fidel conversa con su hermano Raúl durante el VI Congreso del Partido Comunista.
Fidel conversa con su hermano Raúl durante el VI Congreso del Partido Comunista.

Escribo este apresurado texto con la certeza que todo lo que se diga sobre Fidel Castro será de condición ínfima, menor, para la grandeza del revolucionario que marcó una época en el planeta y en Latinoamérica en especial. Se ha dicho que con él muere el siglo XX, pero también es bueno mencionar que con Fidel, igual que con el Che Guevara, nace una nueva era: la era del hombre del futuro.

Yo no existía aún cuando un abogado de nombre Fidel Castro, junto con otros compañeros, entre hombres y mujeres, irrumpieron en 1953 en el cuartel Moncada, que era, en ese entonces, la segunda fortaleza militar de Cuba. Esta acción armada fue la primera de envergadura para derrotar al corrupto dictador Fulgencio Batista, quien había hecho de la isla el patio trasero y el prostíbulo de los Estados Unidos. Batista, quien se hizo del poder después de un golpe de estado, realizaba alianzas con lo peor de la burguesía nacional, los terratenientes sin afecto por la patria, además de cerrar tratos con la mafia norteamericana, siempre apoyado por el gobierno de EEUU. Pese a las limitaciones esta revolución de un puñado de barbones triunfó. El resto es historia conocida.

No recuerdo exactamente cuándo fue la primera vez que leí algo de esta increíble gesta, pero fue cuando adolescente me escondía en la Biblioteca Municipal de Iquitos a donde iba con frecuencia a leer los libros y revistas interesantes que allí había. Pero algo es cierto en esta confesión de parte: la Revolución Cubana me entusiasmó y hubo momentos en que quisimos que esta historia se repitiera para toda Latinoamérica de los 70, tan llena de dictadores, tan llena de injusticias.

Los logros de la revolución con Fidel como comandante en jefe son notables. Tirios y troyanos reconocen sus logros en la salud pública —único país de América Latina con niños sin desnutrición; también es conocido su internacionalismo con su ejército de Batas Blancas, que apoyan a cualquier punto de planeta, allí donde más los necesitan, salidos de esos más de 130 mil médicos graduados desde inicio de la revolución— y en una educación para todos (datos de la Unicef revelan que entre 2008 y 2012 la tasa total de alfabetización de adultos fue del 99.8%.). Pero no son los únicos logros. También hay logros en la fracción energética, la que provee de energía barata al pueblo cubano, así como en las humanidades y las artes. Pero quizá el paradigma más importante que nos deja Fidel Castro y la Revolución Cubana,  es la de habernos devuelto la dignidad a todos los latinoamericanos y enseñarnos que cada pueblo puede y debe crear su modelo democrático como parte de su propia historia, sin calco ni copia como quería nuestro lúcido ensayista José Carlos Mariátegui.

Son casi la una de la madrugada y escucho el discurso de Fidel en la ONU en 1979, donde habla de los Derechos de la humanidad (no solo de los Derechos humanos), y habla en nombre de esos niños que no tienen un pedazo de pan para saciar su hambre, en nombre de esos enfermos que no tienen medicina, en nombre de esos 900 millones de analfabetos, en nombre de la paz, esa entelequia tan mentada por falsos políticos. El verbo encendido de Fidel es contundente y es ese el ese momento en que uno piensa que hombres como él nunca mueren, que han nacido para ser inmortales. ¡Hasta siempre, Comandante!

* Poeta y biólogo peruano, fundador en la ciudad de Iquitos del Movimiento literario Urcututu. Radica en la capital de Loreto, Perú, donde se dedica a la creación literaria y a labores de uso sostenible de recursos pesqueros.