No había reparado en el detalle. Hasta que –por estos tiempos modernos- comprobé que lo contado por Miguel ha acaparado la atención de los lectores y la misma ya tiene más de 28 mil visitas, todo un record para un diario que se alegra cuando notas como las de la UCP o de los “Genaro chats” alcanzan los más de mil lectores.

¿Será porque aún niño escuché las versiones de muertos que aparecen y desaparecen en la voz de un señor que vive hasta hoy llamado Humberto Vela Meléndez a través de ese ícono de la cobertura policial a través de Radio Atlántida, la fabulosa? ¿Será que mis demonios infantiles fueron abonados con las historias de mujeres que toman el taxi y que al pasar por el cementerio simplemente desaparecen, tal como las contaba el popular HVM en la radio ya desaparecida como si fuera un fantasma? ¿Será que cada cierto tiempo, ya metido en esta profesión acaparadora, me encuentro con crónicas que narran las apariciones de taxistas de carreteras que tienen mucho que contar? ¿Será que desde los primeros años de la década del 90 –en plena efervescencia del gobierno de Alberto Fujimori- ando en busca del archivo de lo escrito cuando leí con asombro una crónica de Gabriel García Márquez que contaba que entre París y Montpellier se subió una mujer vestida de blanco ante el asombro de cuatro jóvenes que vieron desaparecer a la muchacha antes que gritara a los cuatro vientos que se iba a producir un accidente, tal como finalmente sucedió? ¿Será que historias de este tipo me perseguirán por los siglos de los siglos y que indirectamente me invitan a contar una propia que tenga como escenario el pueblo donde crecí hasta donde los genes paternos y maternos lo permitían? ¿Será que con todo aquello del periodista que llevo dentro no descansaré hasta encontrarme con la mujer vestida de blanco que se sube a mi coche y, luego de una noche loca, se va como vino? No sé desde cuándo me persiguen estas escenas pero en los últimos meses he vivido algo fascinante para mi profesión.

Primero, por los caminos de la vida, tuve que regresar a dar una charla sobre Periodismo en la época del caucho en la Universidad de los Andes de Bogotá y me topé con un libro fundamental para todo aquel que quiera o sea periodista: “Notas de prensa – Obra periodística 5 – 1961-1994” de Gabriel García Márquez. En la fascinante librería del Fondo de Cultura Económica miré el ejemplar y lo abrí en la página 200 –o es mejor decir que se abrió- donde está una crónica publicada inicialmente el 19 de agosto de 1981 que lleva como título “Fantasmas de carreteras”. Demás está decir que –además los universitarios y conferencistas extranjeros tienen el 20 por ciento de descuento en las librerías de la capital colombiana- compré el libro y después de leer con reverencia las páginas 200, 201, 202 y 203 y como quien no quiere la cosa me topé con otro título similar: “Cuentos de caminos”. En ella se narra las peripecias fantasmales ya no en Francia sino en México. Cuando Gabo contó esta experiencia a Luis Buñuel el cineasta atinó a decirle: “Eso puede ser el principio de algo bueno”.

“Hay cuentos que se repiten en el mundo entero, siempre del mismo modo, y sin que nadie pueda establecer a ciencia cierta si son verdades o fantasías, ni descifrar jamás su misterio”. Esta afirmación tiene la firma del Premio Nobel de Literatura 1982. Y vaya que –como en tantas otras cosas vinculadas al periodismo y la literatura- tiene razón. Y la última de estas historias ha sido publicada por el diario Pro & Contra, a través de la pluma de Miguel Lizarzaburu. Y, recuerdo, que en una de las reuniones de trabajo solté la provocación que historias de este tipo no tienen pierde en el interés de la gente. Y lo dejé ahí. Hasta que apareció Miguel con la historia del mototaxista que hizo el amor – tuvo sexo es mejor decir- con un fantasma y que luego murió el propio motocarrista. No había reparado en el detalle. Hasta que –por estos tiempos modernos- comprobé que lo contado por Miguel ha acaparado la atención de los lectores y la misma ya tiene más de 28 mil visitas, todo un record para un diario que se alegra cuando notas como las de la UCP o de los “Genaro chats” alcanzan los más de mil lectores. Así que han vuelto los fantasmas a mi vida, a mi profesión y a mi ilusión. Y yo estoy contento por ello porque a veces los fantasmas –si los hay- son más benévolos que los vivos.

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