By Filiberto Cueva

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Acto I: Un auditorio de cerca de 30 personas atiende a un expositor. Este da consejos y recomendaciones para la creación de una campaña de publicidad. Una recomendación tras otra. No hay comas y puntos entre ellas. Tampoco sonrisas y la interrogante de si alguno de los presentes tiene una pregunta. Aún cuando el público atendía al expositor, parecía que el expositor no atendía al público y hablaba para sí.

Acto II: Un auditorio de cerca de 30 personas se sorprende ante un multicolor regalo de la naturaleza que se deja ver a través de la ventana. Se trataba de un arcoíris gigante. Que atravesaba de un lago a otro la atmósfera. De tan solo verlo el público se quedó estupefacto, el uno al otro se decía; mira eso, es un arcoíris gigante. Se golpeaban entre hombros el uno al otro. El expositor continuaba con sus recomendaciones acerca de una campaña de publicidad. En tanto el arcoíris iba liderando su propia campaña de atraer la atención de los demás.

Acto III: Un auditorio de cerca de 30 personas luego de recrearse con el arcoíris, vuelve su atención al expositor. Todos se pusieron de pie. Se acercaron a la ventana. Se tomaron muchas fotos, algunos selfies, se las enviaron entre ellos, las compartieron con sus amigos, sus madres y parejas sentimentales. Al término del deleite vuelven su atención a las recomendaciones de cómo hacer una buena campaña de publicidad.

Acto IV: Parece que el expositor “ni cuenta se dio”. Cuando todos volvieron a sus asientos, contentos con las fotos que se tomaron y la sensación de felicidad que experimentaron con tan grato detalle de la naturaleza, el expositor seguía en su mundo, no preguntó por qué el público para que el que hablaba dejó de escucharlo, de mirarlo y de pronto, se aproximó a la ventana y suspiro con lo que veía tras ella. Todo parece indicar que él ni cuenta se dio.

No cabe duda que el arcoíris superó al expositor. Aunque pensándolo bien, se adecuó en resumen a todos los ejemplos que él ponía. Que las campañas deben ser “estratégicas, rápidas y recordables” y así fue el arcoíris. Apareció como por arte de magia, cauteloso y en silencio. Se impuso rápidamente ante los demás y logró que todo aquel que lo viese lo recuerde, con una sonrisa, un suspiro, o una expresión de sorpresa.

Luego de ver el arcoíris todos fuimos un poco de él, que brilló muy fuerte en el cielo y que motivó a todos a salir de sus espacios monótonos y aburridos para dejarse sorprender, para impactar “para dejar huella”. Para como diría Benedetti “abrir puertas entre el corazón propio y el ajeno”.