Cuando estaba en Dakar me empeñé en visitar la isla de Gorée, en castellano isla de Gorea, lugar de paso de las almas lastimadas por la esclavitud. En Ruanda no dudamos en ir al Museo de la Memoria en Kigali, recordemos que fue la patria del horror de las luchas tribales que fueron instrumentalizadas y donde la comunidad internacional reaccionó mal y muy tarde. En Benín fuimos a Ouida lugar donde está ubicada una de las Puertas de no retorno como en Gorea, era el paso obligado para la esclavitud desde África hacia otros continentes en manos de negreros portugueses y de otras nacionalidades. En Pemba, Mozambique pudimos visitar los restos de las edificaciones de otra puerta de no retorno similar junto al color turquesa del Océano Índico. Cuando trabajaba en la floresta intenté llegar a los lugares del espanto donde Julio C. Arana edificó su imperio gomero y no pude, es todavía una asignatura pendiente. Pero ¿qué me hace ir a esos lugares? Mi acercamiento a esos lugares es casi instintivo, alentado por corazonadas o por ese soul imaginario que suena detrás de nuestras almas. Es llegar a esos lugares donde las personas humanas perdimos la razón y donde emergieron todos los vicios. Nos comportábamos como bárbaros y cerramos los ojos. Sobre esos cimientos se han construido muchas civilizaciones (los móviles/celulares usan minerales que provienen del trabajo infantil de muchos lugares de África). Así que en Buenos Aires no podíamos regresar sin pasar por un lugar de la memoria como lo fue la ex ESMA. Ha sido toda una experiencia. Me desgarraba en silencio mientras caminaba por el Casino (no me salían las palabras, anda aturullado moralmente), lugar donde se centraron las torturas a personas que pensaban de modo diferente. Y muchos de ellas, hombres y mujeres, todavía se encuentran en calidad de desaparecidos. Un escalofrío me recorrió el cuerpo al pasar por la “Capucha” o la “Capuchita” donde los militares de la Armada (el Estado promovió el terror) torturaban a personas cuyo único delito era pensar políticamente diferente. Y en el supuesto que hubieran cometido delito estaba la ley y merecían la sanción respectiva pero no matarlos como lo hicieron. Son experiencias imborrables de lo que podemos hacer el ser humano frente a otro ser humano.

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