EN LOS CAMPOS DEL TERROR

En esta ciudad báquica por los cuatro o más costados la figura del parroquiano que amanece lejos de su cama, sin almohada ni cobija, arrojando un tufo insoportable y en paños menores, era el último grito de la innovación del delito. El nombre de pepeado llenaba de vez en cuando los cronicones rojos de los diarios. Ese chasco, producto del licor y del deseo desbocado, era más bien un motivo de broma, una ocasión para la chacota, arte muy frecuentado en estos predios, como el raje. La tecnología del delito nada tiene que ver ahora con la burla, sino con el terror después de la barbarie que se cometió contra un joven estudiante universitario.

La violencia del mundo del hampa en este país se acelera y profundiza. El vandalismo es su marca indeleble. Y esta ciudad no puede escapar de ese destino. Ese estudiante quemado es más que un suceso de la delincuencia, del atraco y del asalto. Es el ingreso de la urbe a los predios del terror. A partir de ese momento cualquier cosa terrible puede ocurrir. Inclusive, puede suceder que la política se envuelva en el baño de sangre. Los feroces insultos de ahora de parte de unos opositores  enfermizos puede ser la antesala del crimen como costumbre de las urnas. En otras partes ha sucedido ese lamentable proceso. Nadie pudo detener ese espiral y después fue demasiado tarde y la sociedad en su conjunto sufrió las consecuencias de ese ejercicio feroz. Acá, al parecer, estamos condenados a sufrir otra desventura, sin que nadie pueda hacer nada.

La nada es una categoría filosófica. Indica la presencia del vacío. Esa palabra explica mucho de nuestra historia regional. Nada se hace hasta ahora contra esos primeros lugares en lo peor. Nada para revertir el último lugar en comprensión de texto. Y, nada de nada se hará para acabar con un proceso que recién empieza, mientras los colombianos amenazan con cobrar cuentas con baños de sangre. Y en Iquitos.