El ultimo suicida

La palabra maya Ixtad no es cualquier palabra. Es una palabra terrible, brutal. Designa a la diosa que se dedica al horrible oficio de velar el destino en el más allá de  los suicidas. Es posible, desde el punto de vista de los antiguos moradores del continente, que al regazo de esa divinidad van los que se eliminan  cada año en esta tierra. La cifra supera al millón de personas. El suicidio no es nada nuevo en la historia. La novedad en ese frente es la pavorosa presencia de niños suicidas.  El desarrollado Japón ocupa el primer lugar en esa innovación  macabra. Entre nosotros, el suicidio de vez en cuando acaba con un menor de edad o con un adolescente.

El último suicida en Iquitos pertenece a ese rubro inquietante, donde por fortuna no estamos en la punta de la tabla. Todavía.  Esa muerte es más dolorosa debido a que todo parecía encaminado hacia la realización personal, hacia lo que se llama el éxito. Como realización de un sueño. Parecía que las aguas estaban quietas, que todo iba a pedir de boca. Pero no fue así.  Esa joven vida era un excelente proyecto, con pruebas en forma de notas, de un primer lugar en un examen universitario,  y nadie sospechaba el infierno interior que al final ganó la batalla.

El escritor Jean Echenoz, cuando en su novela Al piano describe a la bella ciudad de Iquitos,  menciona el suicidio como uno de los males más notorios, mientras las autoridades y sus seguidores andan de parrandas y comilonas. Esa muerte, tan injusta, tan horrible, debería hacernos pensar que algo está fallando en la familia, en el entorno, en lo que se pude dar a un niño o a un adolescente.  Que esa pérdida no sea en vano. Desde estas líneas, con todo el respeto a los deudos, invocamos a la diosa maya que tenga a ese finado en un lugar adecuado, lejos del infierno.