En las arenas de la Plaza de Acho, sin la presencia conflictiva de un solo hincha, sin ningún periodista y sus mermeladas, sin un solo vendedor, ni siquiera de casaquillas firmadas o de cancha reventada, se jugará mañana el partido final del campeonato relámpago del pelotismo peruano. Las escuadras que arribaron a la final, luego de eliminar físicamente a sus adversarios, saldrán a la cancha taurina blindados para no agredir a sus rivales. Es decir, tendrán las cabezas protegidas con lonas, sus manos estará amarrados para que metan golpe a los otros y jugarán descalzos para no astillar las piernas ajenas,

El árbitro del cotejo será un rudo y corpulento miembro del serenazgo del Callao que estará camuflado y armado hasta los dientes para que los peloteros no le coman crudo. No usará un silbato de reglamento sino una trompeta de músico de retreta para que los protagonistas acaten sus decisiones.  Antes del partido se declaró una ley seca, se cerró a palos toda discoteca o lugar de fandango, para evitar la farra de los protagonistas. Estos ya fueron encerrados en una guarida subterránea para que no se desvelen y duerman temprano.

El último partido, en realidad, es una despedida pelotera, pues en el país incaico ese deporte es una minoría sin destino ni futuro. Hace tiempo que el balompié rojo y blanco fue desafiliado de la Fifa, la Csf, la Concacaf, el certamen de pelota de trapo, la lid de fútbol playa y hasta de los desafíos callejeros. Nadie se acuerda ya de México 70, de España 82, de los 4 fantásticos, del mundial de Moscú. Los peruanos dejaron de ir a los estadios violentos y prefirieron jugar timba los domingos.

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