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Hace unos días, en el marco de esta andanada de denuncias contra los gobiernos regionales, el presidente Juan Guillén Benavides de Arequipa a su salida del Ministerio Público donde fue citado por el presupuesto utilizado en el primer tramo de lo que será (algún día) la autopista Arequipa – La Joya, intentó descalificar a los periodistas que lo cuestionan permanentemente y dijo que existe un “sicariato moral” sicarios morales contra los que luchará – ahora, que no será candidato a la re-relección.

Para variar no dio nombres y se escudó en las generalidades que, por ser presidente regional, tienen que ser noticia. Acusó sin datos, nombres y apellidos de los que se quejan normalmente estas autoridades al momento de descalificar a los periodistas. Días antes, una funcionaria encargada de la construcción del Puente Chilina (el que será el más largo del país y debería asegurar la intención de re- relección de Guillén o su grupo) se había burlado de los sueldos de los periodistas indicando que 13 mil soles en viáticos en un mes, monto por el que se le cuestionaba, no eran dinero para ella. “Quizás para ustedes sí, que ganan 500, 1000 ó 1200 soles”, repitió sin rubor.

Ahora resulta con estos ejemplos que se repiten a diario en todo el país, que los periodistas son culpables de los tremendos excesos, faltas o presuntos delitos de los presidentes regionales, alcaldes o funcionarios. Los periodistas de verdad tienen por naturaleza incomodar. Claro hay algunos, que por más alcance nacional no merecen mucho respeto, aunque uno lo pueda seguir para conocer su estrategia. Este es el caso de Nicolás Lúcar, el periodista presentador de Exitosa nacional que ahora ha encontrado otra fórmula: realizar debates de oficialistas y opositores de diversas regiones y municipios en su cabina.

Interesante fórmula que al menos permite conocer el grado de corrupción en ambas vías a la que se ha llegado. Porque uno observa acusaciones que en realidad descalifican ambos bandos, por más que uno niegue corrupción y el otro enarbole fiscalización, así ya no es identificable quién realmente practica el sicariato moral.

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