El presunto estafador 

El bigotudo y jugador Ramón Castilla no fue tan santo como nos dijeron en el colegio. Era bastante autoritario y manipulador, tanto que consideraba a lengua suelta que a los periodistas había que comprarlos o encarcelarlos. O al revés. Ese prócer de mentira, ese ídolo de barro o de papel, fue más brutal con los Asháninca. Después de liberar a los negros, ordenó la feroz cacería de esos oriundos amazónicos para que trabajaran en los fundos costeños. Así, como si jugara cachito en su cocina o barajara sus naipes en cualquier bar, dispuso de bienes y de vidas, desatando una carnicería espeluznante.

El despojo colonial de los indígenas siguió de largo en el tiempo republicano. Y don Ramón Castilla, el de los barcos fundadores, el de la calle iquiteña, puso de la  suya en esa pesadilla histórica. En el presente, ahora y en la hora de nuestra vida, un australiano peligroso, un europeo sin escrúpulos, anda suelto y en plan de asalto a los bienes fundamentales de los nativos selváticos. David Nilsson es su nombre y debería explicar muchas cosas. Explicar, por ejemplo, qué  majadería es esa de proponer 200 años como límite para préstamo de tierras de los nativos. Eso es despojo simple y llanamente, salvo que haya descubierto el don de la eternidad. Para él y los nativos.

El aludido fue denunciado por un medio de su propio país, y debería responder sin dudas ni retrasos sobre esas acusaciones. Para nosotros, todavía es un presunto estafador, uno de esos monstruos que de vez en cuando aparecen por estos lares. Otro que debería responder en el término de la distancia es el respetable abogado Walter Cambero Alva. Él fue citado por los nativos como un profesional de doble mandíbula, de dos rostros y dos manos para cobrar por separado. Es decir, alguien que supuestamente defiende a los indígenas, pero cobra en la guarida del australiano denunciado, (ver Jhodernet). Ambos tienen que responder en el acto.