Por: Moisés Panduro Coral

Que nuestro ilustre Premio Nobel, don Mario Vargas Llosa, anuncie su decisión de separarse de su cónyuge, por el amor de otra mujer, es no sólo entendible, sino que debe ser apreciada en la dimensión de la compostura y la franqueza con la que debe manejarse los sentimientos humanos. Nadie está libre, ni varón, ni mujer, de la química pasional que libera hormonas, zarandea mentes, agita corazones y convoca cupidos en nuestras almas frágiles. Bendecido sea aquél o aquella que sí puede tirar piedras, porque es capaz de erguirse sobre esas flaquezas ingénitas y detener las feromonas de las que están llenas nuestras glándulas.

Que el escritor más famoso del Perú y uno de los más afamados del mundo experimente un amor otoñal, con cenas a media luz y caminatas románticas tomadas de la mano, es digno de una novela de copiosas y desinhibidas tramas, aunque esté escrita por él mismo. Porque debe ser significativamente hermoso que alguien confiese amarte cuando andas a cuestas con 79 años, y que te diga que tu billetera es irrelevante frente a la brillantez de tu intelecto, o que  tus canas y arrugas son nada ante la utopia de tenerte materializado en su existencia diaria.

Que el autor de “La ciudad y los perros”, además, esté en las puertas de ser octogenario y continúe produciendo obras que millones de lectores disfrutarán en varios idiomas por la estética de su narrativa urbana, por el lenguaje abundante en peruanismos y por la prolijamente construida  ambigüedad de sus personajes que caracterizan su producción, es meritorio y exige el reconocimiento y orgullo de todos, por encima de que él, a  más de ser peruano, sea un ciudadano español con obligaciones y derechos ante el Rey y el gobierno de la madre patria.

Ésa es la nota -para decirlo con un peruanismo- de nuestro célebre novelista: hacer novela, narrar acciones y diálogos fingidos en todo o en parte, imaginar y describir escenarios y paisajes que son el telón de fondo en el que se desnvuelven los protagonistas y los hechos. El agua para este pez, cuestionado y apreciado, a la vez, es la narrativa, no es la política en la que ha incurrido desde 1987 cuando se opuso con uñas y dientes a la estatización de los bancos a través de los cuales los oligarcas peruanos beneficiados con la política heterodoxa de impulso a la industria y al consumo del primer gobierno de Alan García, sacaban sus ganancias al extranjero, deshonrando y despreciando su compromiso de reinvertirlas en el Perú que necesitaba de esa inversión privada para crear empleos e ingresos a favor de las familias marginadas.

No es su nota la política; tampoco es su nota dársela de garante político. En las elecciones de 2001, fue el avalista oficioso del señor Toledo para cerrarle el paso a Alan, a quien todos creían muerto políticamente, después de la feroz persecución fujimontesinista de casi 10 años que tenía en la prensa de calatas, unos odiadores de campeonato y una caviarada reciclada después de democrática, a sus más fieros mastines. Ahí esta el cholo sano y sagrado sin saber explicar cómo es que ha podido adquirir una mansión de 4 millones y medio de dólares sin más ingresos que el de su pensión vitalicia de ex Presidente. Años más tarde, en 2011, MVLL fregó a todos los peruanos, haciendo de garante -palabra, vídeo y escrito de por medio- del señor Humala. Ya vemos cómo está terminando el humalismo: en recesión económica, en nulo avance hacia la equidad social y en ruina moral.

Resulta que ahora MVLL es el fiador del gringo Kuczynski, con quien, en el supuesto de recuperar en algo la recaída economía nacional, tenemos asegurada la profundización de la pérdida de lo avanzado hasta el 2011 en materia de justicia social, pues los intereses que defiende no son los del pueblo, sino los de las grandes corporaciones transnacionales.

Entonces, vistos los antecedentes, y comprobado que el pez está fuera del agua, zapatero a sus zapatos, escritor a sus novelas.