Las primeras acciones y expresiones del presidente Martin Vizcarra – como un supuesto primer paso a la llamada “reconciliación” – han recibido el respaldo de los parlamentarios, tanto de la bancada fujimorista hasta la de Peruanos por el Kambio, quienes en un principio tildaban de traidor por su silencio en medio de la crisis política al mandatario cuando este se desempeñaba como embajador en Canadá.

Ese mismo silencio de Vizcarra genera la idea mediática y social que: no es un político particularmente locuaz y amante del espectáculo, como se solía caracterizar a sus predecesores. Acompañar ese hecho con la brevedad presente en su discurso de asunción de mando sustenta el compromiso que tiene para trabajar por todas las regiones del país y no dar paso a los ensayos.

Asimismo, no tiene por qué considerarse negativa esa cualidad suya, pues, mandatarios elocuentes ya hemos tenido de sobra y el riachuelo de palabras en el que acostumbraban envolverse al dirigir un mensaje a la población sirvió sobre todo para cubrir una penuria de resultados que como peruanos anhelamos no más repetir. Entonces, su naturaleza reservada bien podría constituir en este contexto una virtud.

En ese sentido, la más notable muestra de compromiso de Vizcarra, para emprender la recuperación de la gobernabilidad, ha sido la designación de César Villanueva como flamante presidente del Consejo de Ministros, porque este último tiene el perfil de político conciliador y conocedor de los problemas que aquejan a las regiones del país, sumado a su buena relación con los distintos bandos políticos del parlamento. Ambos tienen como derecho a piso unas gestiones exitosas que mostrar. Por eso, Vizcarra y Villanueva tienen el conocimiento, la oportunidad y la obligación suficiente para evaluar profundamente el proceso de regionalización con tal de iniciar la tarea fundamental que detenga el colapso del país.

Se debe defender y priorizar el fin supremo de la regionalización de llevar al Estado más cerca de los ciudadanos y no mantener 26 regiones donde, hasta hoy, se replica el centralismo en menor escala y donde la corrupción tiene una mirada más dura, fuerte y audaz. Menciona Roberto Abusada Salah en su reciente columna para el Diario El Comercio que “para enderezar la regionalización no hacen falta más leyes. Las siete leyes de desarrollo constitucional que rigen la regionalización son medianamente adecuadas”. Pues, el latente problema no radica en calidad de la legislación, más bien en la deplorable aplicación por parte de los gobiernos anteriores.

La efectividad que merece para actuar el presidente Vizcarra en este contexto dependerá del equipo ministerial, juramentado la tarde del lunes, y de los puentes políticos que pueda tender cuanto antes con las diversas fuerzas políticas, instituciones públicas y organizaciones privadas. Sobre lo primero, la experiencia en gestión pública y la voluntad política de los nuevos rostros del estrenado Gabinete para sacar las cosas adelante serán de vital importancia para dotar de velocidad a la inversión pública y privada. Para lo segundo, las positivas relaciones y el trabajo político cooperativo no deberán ser únicamente con el Congreso, sino también con los gobiernos regionales y locales.

El presidente Vizcarra – quizá con tanta carga – no tiene espacio para ensayos ni tiempo que perder con bailes. Las circunstancias no le otorgan tal gracia, pero, como él dice, sí una oportunidad real para dejar al país mejor de lo que lo encontró, porque ante todo mal y diferencias está su lema: #ElPerúPrimero.